El despertador suena y paso unos segundos intentando asimilar donde estoy. Salgo de la cama, entro en el cuarto de baño prefabricado (todo de una pieza y comprimido en un espacio mínimo) para darme una ducha y bajar a desayunar. El hotel tiene buffet y a pesar de que puedo comer todo tipo de pescados a la plancha, pollo, carnes, y ensaladas, mi estómago sigue reclamando su café, zumo y tostadas. Experimentos gastronómicos cuando me despierte, parece decir.

Mientras tanto, por la ventana del restaurante abajo, abajo, una hilera de hormiguitas negras, desfila desde la estación de Sakuragicho hacia las oficinas en Minato Mirai 21. Apuro el café y bajo para unirme a ellos, mientras musiquita suena por la calle (y no, no estamos en Eurodisney). A subir escaleras electricas y atravesar pasarelas automáticas por el medio de la calle y por encima de los carriles de coches. Atravieso la Landmark Tower para llegar a la entrada de mis oficinas. Suelo llegar cinco minutos antes de las 9.00 y las colas para ocupar nuestras 36 plantas ya salen por la puerta, afortunadamente los 12 ascensores dedicados para nosotros, repartidos por plantas, no tardan demasiado.

Se empieza a notar el calor. A pesar de ser un edificio climatizado la temperatura es constante a lo largo del año. Parece ser que han calculado que a 28ºC se respeta más el medio ambiente. Demasiado caluroso para el verano y demasiado frío para el invierno, aseguran los que han estado allí ya.

Llego a la planta 15 y me siento en mi hueco en la mesa, bastante más pequeño que en Londres, en una habitación diáfana con otras 50 personas. Ohayo Gozaimasu, musito. Ohayo Gozaimasu, oigo por la sala. Agarro el pai pai, que me regalaron para compensar los 28º y me abanico para intentar habituarme al calor, mientras arranca el ordenador. Empiezo a currar. Revisar las 6 horas de trabajo que han pasado en Londres desde que yo abandoné la oficina el día anterior.

A las doce, las luces se bajan hasta el mínimo. Ahorro energéntico al tiempo que indican que es la hora de comer. Me tomo 15 minutillos para mirar el mail y ver las noticias de España, es la manera de evitar las colas en los puestos de comida y comedores pues todo el mundo baja a las doce salvo los que traen la comida de casa. Entre ellos mi jefe, que una vez que termina, se pone los cascos, se tapa los ojos con un antifaz para dormir y se parte le cuello contra el respaldo de la silla. Otros cuantos le acompañan en sendas sobadas. Afortunadamente ni uno ronca.

Bajo a la sexta planta que intercomunica las tres torres y allí hay dos supermercados y tres comedores diferentes. Si quiero animarme y reirme me voy a uno de los supermercados que es la alegría. Sus dependientes no hacen más que sonreir, y hablar como si estuvieran cantando. Son la fiesta. También podría bajar al centro comercial de 5 plantas que tenemos debajo de las torres (con parada de metro incluida), pero al final opto por el comedor. Prefiero comer alejado del ordenador.

Intento por un instante comprender que puede haber en el menú. Desisto. Me santiguo, que sea lo que dios quiera. Total, siempre se puede señalar. Uso mi índice para haerme con unas cuantas cosas, unos ramen, algo de arroz, algo de ensalada y paso por caja. La señora de la caja me habla. Sonrio. Me sigue hablando. Sigo sonriendo. Arigato Gozaimasu. Arigato gozaimashita. Me pongo en la cola de la máquina del agua o té. Está todo junto, así que pulso el botón que me apetece y apechugo con lo que salga. Siguiendo la costumbre local, me cargo con dos o tres vasos, así evito tener que volver a la cola. Termino de comer y separo plásticos y papeles en sus respectivos contenedores mientras dejo la bandeja con los palillos, los platos y los vasos en una cinta transportadora.

La una en punto, las luces de las oficinas vuelven, suenan los despertadores de los que estaban en el quinto sueño y vuelta a currar. A las tres, una canción instrumental empieza a sonar por los altavoces. Es la señal para tomarse un descanso (ya ni me giro pensando que es un móvil que se han dejado sin quitar el sonido). Parar quince o veinte minutos para un café. Se agradece que cambien de canción cada día.

A las cuatro comienza la locura. En ese momento son las 8.00 en Londres, y sus oficinas empiezan a despertar. Comienzan las llamadas, las videoconferencias, el flujo de mails desde UK. Flujo que seguirá hasta aproximadamente media noche, cuando Londres se vaya a pasar la tarde a un parque, pero todo los que pasa de las 6 (hora local) de la tarde para mi se pasa para el día siguiente. Me despido de la gran mayoría de los japoneses que siguen en las oficinas y que probablemente se quedarán hasta bien entrada la noche. ¿Dormirán allí?. Hay algunos que están antes de que llegue y siguen cuando me voy. ¿Tendrán vida más allá de esas paredes?

Afortunadamente no todos son así y algunos se me unen a veces para tomar algo o cenar. Si no, aprovecho para dar una vuelta por la ciudad, coger un poco de aire o acercarme a Tokio antes de coger uno de los últimos trenes que traen de vuelta a Yokohama. Lógicamente desde las seis de la tarde hasta entonces es cuando más disfruto del día. Cargado con la cámara y dislocándome la espalda con el trípode. Cada uno con sus vicios.

Llego al hotel, tenemos internet en cada habitación, así que me conecto, chequeo le correo, aprovecho el skype para alguna llamadita antes de dormir al viejo continente que por aquel entonces anda con el sopor de la media tarde. Que descontrol!!! 🙂