De nada serviría hacer una introducción para Sarita, porque ya lo hace ella, con muchas elegancia y sentimiento en este, su propio post. Fotógrafa analógica, creadora (dice) del mejor guacamole del mundo, lo mismo borda el protocolo que te lleva a un karaoke o se va vestida de gala a comer tacos a un puesto de carretera. He aprendido muchas cosas de Sara, cosas que luego he intentado aplicar en mi vida, pero nunca, nunca, he llegado ni por asomo, ni de lejos, a su generosidad.

De arroceras, despedidas, encuentros y familia.

Recibir una invitación de Ignacio para escribir lo que yo quiera en su blog y así celebrar sus 1000 posts, todo un honor. También todo un reto. No es sencillo encontrar el tema, las palabras o las imágenes adecuadas que estén al nivel del increíble trabajo que Ignacio ha hecho en este espacio. Cómo mucha gente que lo sigue, me he maravillado desde hace ya varios años con sus crónicas, sus fotos y sus viajes. Por eso, no hablaré de fotografía, ni de viajes ni del blog. Escribiré sobre el autor, es más, escribiré sobre el amigo y la huella que ha dejado a su paso.

Los espirales de la vida me hicieron conocer a Ignacio en un día de esos de coincidencias. Era el cumpleaños de nuestra querida amiga Isabel en Yoyogi. Recuerdo que el click fue instantáneo, aunque ahora que lo pienso, Ignacio es de esas personas que hace clicks instantáneos con mucha gente. El caso es que los dos con cámara en mano, empezamos a hablar de fotografía y no paramos en toda la tarde. Sin pensarlo, de pronto nos encontramos caminando por el parque buscando encuadres, oportunidades, momentos. Fue como si nos conociéramos de toda la vida y ese fuera un día cualquiera haciendo lo que más nos gusta, tomar fotos.

Saraluna 01

El resto es historia; cenas, cumpleaños, viajes, borracheras con tequila, fotografías sin descanso, paseos por Tokio, sobredosis de chutoro, y muchas, muchas risas. Había hecho un amigo entrañable. Y no, nuestra amistad no se forjó en años, sino que fue una sin marinar, de las que se preparan en olla exprés. Esa vida nómada de nosotros nos llevó a compartir esta ciudad solamente unos meses. Ignacio se marchaba dejando un hueco que hasta la fecha, no se ha llenado. Recuerdo como nadie el proceso tan duro que fue para él dejar Japón. Se lo habían quitado antes de tiempo, cuando apenas empezaba a sentirse en casa. Compartí las últimas horas en Tokio con él, es más, casi puedo asegurar que fui la última persona de la que se despidió, en el portal de mi casa. �l no lo sabe, pero después de que se fue y cerré la puerta, lloré, lloré mucho por todas esas aventuras que se quedaron en el tintero, por ver partir a un amigo tan especial.

Pero muchas cosas permanecen conmigo a pesar de la distancia. Mi admiración por su tenacidad para lograr lo que se propone, su constancia para no abandonar proyectos difíciles que sin duda sólo se consiguen con una disciplina de hierro. Logró convertir su despedida intempestiva de Tokio en algo genial. Se fue a darle la vuelta al mundo por más de un año llevándonos de la mano a través de su fotografía y sus crónicas. Lo hizo con lo que significaba estar viajando al tiempo que editaba, ordenaba y escribía aquellos momentos y aquellas imágenes memorables. Nos inspiró a muchos para viajar, descubrir, intentar capturar imágenes bellas, elocuentes, intensas, perfectas.

La voluntad de que esta amistad no se diluya por la fuerza del tiempo y la distancia, nos ha hecho reencontrarnos ya varias veces en ocasiones muy afortunadas que no hicieron más que reafirmar el cariño mutuo y la fortaleza de nuestra amistad. No podemos ser más diferentes y aún así tan iguales como para querernos, respetarnos, olvidar malos entendidos y crear una complicidad que no se consigue con cualquier persona.

Saraluna 02

Ahora me toca a mi dejar Japón. Mi tiempo en este país se ha acabado. Soy yo la que ahora empaca maletas llenas de recuerdos bellísimos y de historias que ya no serán, entre lágrimas y oleadas de nostalgia. La diferencia es que Ignacio no está aquí para darme ese último abrazo y evitar llorar frente a mi para darme fortaleza. Ya tendrá que ir a abrazarme a Nueva York, mi siguiente destino en este oficio mío de dar tumbos por el mundo. Mientras eso ocurre, me quedo con todos los buenos recuerdos, todos los momentos, todo lo aprendido. También me quedo con la maldición de la arrocera sin usar, que se irá conmigo a NY, y con un apodo que él tuvo la delicadeza de ponerme en un viaje a Bali mientras discutíamos sobre el precio-calidad de los masajes, y que bajo ningún concepto repetiré en estas líneas.

Pero hay algo más que Ignacio ha hecho por mí aparte de inspirarme, de maravillarme, de ponerme apodos, heredarme cosas inútiles, de hacerme enojar a veces, de atravesar medio México en autobús para ser mi plus one en la boda de mi mejor amigo y de hacerme reír hasta las lágrimas y la asfixia un sinnúmero de ocasiones. Antes de irse de Tokio, se aseguró de dejarme la puerta abierta para que un grupo de personas únicas y excepcionales me adoptara como un miembro más. Me dio el mejor regalo que un amigo pudo darme, me regaló a mi familia en esta ciudad, a mis hermanos. Gracias a Ignacio y a ese grupo de amigos del que él sigue formando parte no obstante la distancia, a esa familia de la que ahora me tengo que despedir como Ignacio se despidió hace varios años, es que ahora soy mejor persona y mucho más feliz.

En moto

Foto tomada en Bali por Antonio, uno de los miembros de la familia tokiota.