Atrás quedaba el fugaz paso por Tel Aviv, donde habíamos aterrizado apenas unas horas atrás. Dejábamos las aguas del Mediterráneo para dirigirnos al sur, al Mar Rojo. Atravesábamos el desierto del Néguev entrando en un mar de arena, rocas y formaciones montañosas que lo hacían bello, pero tremendamente terrible.
La región más grande de todo Israel donde solo vive un 10% de la población, hogar de beduinos y una de las zonas que fue durante mucho tiempo una autopista de caravanas de camellos cargadas de especias, rutas comerciales que atravesaban la península arábiga paso a paso desde India y China para llegar a Europa.
Las hileras de camellos se han sustituido hoy por carreteras, barcos y aviones, pero aún quedan muchos restos de lo que fue una época donde el desierto, tan duro como era, estaba lleno de ciudades, que servían de parada para los mercaderes, pequeños oasis en la inmensidad de la arena.
Por ello, aunque ya solo quede el esqueleto, las ruinas de Avdat pueden darnos una idea de las dimensiones de una ciudad creada sobre y dentro de una montaña. Estación de servicio de los nabateos. Probablemente no os suenen, pero seguro que Petra (en Jordania) si que lo hace. Petra era la capital de este pueblo y la ruta que pasa por Avdat la unía con el puerto de Gaza. Una de las múltiples ramificaciones que unían Oriente y Occidente, junto con la también famosa ruta de la Seda, que cruzaba el continente asiático más al Norte.
Recorrer ese desierto debía tener su dificultad, por muchas estaciones y sorprendentes técnicas de obtención de agua que estas tuvieran y los beduinos que quedan hoy en día (algo más de 160.000 en todo el Néguev) siguen manteniendo muchas de esas técnicas, aunque muchos hayan dejado la vida nómada de manera voluntaria o forzada, y así pudimos verlas recorriendo una parte del desierto, las montañas de Nahal Shlomo.
Lo de hacer un paseo en camello tiene su aquel, pasa lo mismo que cuando estás a caballo, tu piensas que tienes el control, pero en cuanto el animal lo decide, hace lo que le da la gana. Bien sea pararse a pastar o negarse a avanzar, sin importar el ímpetu que pongas en hacerte con el mando. Una vez en marcha el bamboleo es inevitable de un lado a otro, y o aprendes a moverte con el o acabarás con unas bonitas agujetas en la espalda. Aún así, su caminar tan calmado y el bamboleo, hace que sea una experiencia bastante tranquila e incluso relajada.
Además el entorno era espectacular, ganando en belleza según avanzaba la tarde y el atardecer pintaba los picos de las montañas. Tiempo para hacer una fuego y hacer a base de harina y agua, pan de pita para acompañar con queso o humus, mientras el cielo se oscurecía y aparecían las estrellas. Hora de volver a casa.
Una de las imágenes que tenemos de los desiertos suele ser la de un cambiante mar de dunas. El Néguev no gasta de estas, pero en cambio si que tiene un fenómeno único que sólo se puede encontrar en esta zona. Los Makhteshim. En apariencia un cráter gigantesco, en forma, pero no en origen. Los cráteres se asocian a dos fenómenos, por impacto (como por ejemplo un meteorito) o por explosión (como un crater volcánico). Sin embargo un Makhtesh surge de otra manera, es lo que se llama un circo de erosión.
La explicación más básica sería que una capa de roca dura (caliza o dolomita) se encuentra encima de otra roca más blanda, como la arenisca. La erosión va haciendo que la roca más blanda se vaya desgastando hasta que la capa de roca dura se colapsa sobre si misma dejando esta formación. No es un detalle minúsculo, el Makhtesh Ramon tiene 40 kilómetros de largo por unos 8 de ancho. Inmenso es un buen adjetivo a usar en esta ocasión.
Con esto llegábamos a Eilat, junto al Mar Rojo, el lugar donde el triángulo invertido que forma el país de Israel acaba en punta. Ahí, es donde más estrecho es, con alrededor de 10 kilómetros entre Egipto y Jordania y sin embargo uno de los lugares más turísticos de Israel, precisamente por la atracción de sus aguas cristalinas y su enorme vida marina. Arrecifes de coral, que sirven de principal reclamo turístico.
La ciudad como tal es una especie de complejo lleno de resorts y hoteles que personalmente no me atrae demasiado, pero las aguas, eso es otro cantar. ¿A quién le apetece bucear?
Parte del Minubetrip por Israel junto con Miguel y Carlos.
Geniales las texturas, parece que el desierto vaya a salir por la pantalla 😉
La verdad es que Israel nunca me ha llamado la atención, quizá porqué las noticias que llegan siempre son de violencia… aunque después de ver tus fotografias, he cambiado de opinión, que bonito se ve!
Bonita ciudad «fantasma»… me encantan las piedras, y la luz que se refleja en ellas
Geniales las fotos y el post me encanta mucho 🙂
Cómo mola ese ojo de camello!