Nunca fue demasiado tarde para el esquí. Ese descubrimiento reciente, de hace apenas un par de años, fue amor a primera vista y aunque ahora me pase los días en bañador, no está de más recordar, por eso de refrescarme sin necesidad de ventilador, los días que pasé justo antes de irme en la estación de Grandvalira en Andorra con Inés y Marta gracias a Minube.

Esquiar tiene el problema de la estacionalidad, así que había que aprovechar la primera nevada de la temporada y aunque era la primera vez que pisaba esta estación la verdad es que me dejó completamente impresionado. Puedo asegurar que es la más grande de todas en las que he estado (vale, no he estado en tantas…): 210 kilómetros, tanto que incluso tiene su propio sistema de GPS en una app para ayudarte a ir de un sitio a otro y ayudarte a calcular los tiempos (de un lado a otro de la estación puedes tardar dos horas) para no quedarte sin remontes a mitad de trayecto. No sería un problema, hay autobuses recorriendo el valle hasta la noche, pero reconozcámoslo, mola más llegar esquiando a casa.

En dos días esquiando todo lo que dio el cuerpo apenas nos dio tiempo a recorrer la estación entera (nos dejamos unas cuantas decenas de pistas por probar), pero no nos perdimos el aprés-ski (imprescindible el fieston con Dj’s en el Abarset), ni nos olvidamos de disfrutar de la zona… Además era una oportunidad estupenda de estrenar GoPro y palito ridículo de selfie, que oye, una vez pierdes la dignidad con él, queda de lo más aparente.
Así que aquí tenéis un miniresumen de como sobreviví sin romperme una pierna por las cuestas nevadada de la estación y también podéis ver a alguien como Inés, esquiando de verdad. Habrá que volver a ponerse los esquíes en breve, para depurar esta técnica tan pachanguera mía. Lo cual no quite que siga siendo un placer deslizarse entre montañas.

Parte del Minubetrip por Grandvalira 
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