Noventa y seis metros por encima de mi cabeza la aguja del ayuntamiento de Bruselas arañaba el añil cada vez más oscuro del cielo. Abajo, a pie de los humildes paseantes la plaza se empezaba a iluminar, tímidamente, resaltando las elegantes formas y majestuosos acabados de las casas de los gremios. Lícitamente la Grand Place era uno de los rincones más bellos de Europa. Mucho más en ese momento, en que se acababa de poner el vestido de gala de noche. Y allí estaba yo, por primera vez después de muchísimo tiempo, con la cámara en el trípode esperando pacientemente a que las luz ambiente y la luz artificial se equilibraran y me recorriera por el cuerpo esa emoción de volver a hacer clic en mi momento favorito: La hora azul.
Volver. Volví a volver. Incompleto, cargado de medicinas y cansado por los meses de forzada inactividad pero volví. Emocionado y agradecido al hacer la maleta, cargar mochila y equipo y subir, una vez más, a un vuelo. Rondaba por mi cabeza el temor de arriesgar demasiado, de salir demasiado pronto de mi zona de confort médico, de mi burbuja de oscuridad cada vez más tenue, menos densa. En esos diminutos e imperceptibles pasitos hacia la normalidad había llegado el momento de ponerme a prueba. Atrás quedaban los días en que la luz me cegaba, me dañaba. Ahora, aún a mitad de camino hacia no tengo muy claro donde, podía aventurarme de nuevo a las calles, podía osarme a volver a viajar. Al otro lado, a dos horas por aire, estaba Flandes.
Mantengo desde hace tiempo una agradable relación con Flandes. Sus cascos históricos surgidos directamente de fábulas te retrotraen en el tiempo hacia una época pasada donde todo debía ser indudablemente mejor por la abundancia de chocolate, cerveza, gofres, más patatas fritas de las que se puede comer en una vida, mejillones y probablemente alguna ración extra de chocolate. Son cuentos que suceden en seductoras callejuelas de piel de roca y ladrillo que malogran cualquier plan preconcebido para recorrerlas. La belleza no está solo en los puntos claves de la ciudad, está en recorrerlas con calma, sin prisa pero sin pausa (a menos que sea para disfrutar de una terraza soleada), a pie o a dos ruedas. Un plan perfecto.
Bélgica está dividida en tres regiones, que tienen su representación en la multicultural Bruselas. Hay algo fascinante en esta ciudad que más te da cuanto más rebuscas. Es la quinta vez que nos encontramos y sigo descubriendo barrios nuevos, sigo encontrándome con nuevas formas de expresión, más museos, nuevas tendencias de diseño y arte. Siempre puedes quedarte en el casco histórico, deleitarte con las galerías, plazas y recovecos o salir abrumado de, por ejemplo, el Museo (que son muchos) de Bellas Artes, pero si puedes y tienes ganas de descubrir una Bruselas diferente no dejes de pasarte por sus barrios bobos, o por sus gigantescos parques.
Porque Flandes es mucho más que las joyas de Brujas y Gante, volví a reencontrarme con Amberes de la que hacía ya demasiado tiempo (más de 12 años) de mi última visita. No recordaba lo bonita que era. Quizás porque en aquel primer contacto también estaba dormida bajo un manto de nubes plomizas y nosotros atenazados por el frío. Mi recuerdo ahora no se parece en nada, he descubierto una ciudad modernizada, dispuesta a ser recorrida también en bicicleta y mezclando rincones tan históricos como la Grote Markt o su catedral, con nuevas obras de arquitectura como el Museo aan de Stroom y su imprescindible azotea.
La desconocida Malinas, sin embargo era para mi la incógnita y fue la sorpresa, desde la inmensa torre de la Catedral de San Rumoldo y sus melodías de campanas, pasando por su Grote Markt o el renovado paseo por el río Dijle. Fue la más pequeña de las tres, quizás la más cómoda, la más recogida, la que guardaba más recodos pintorescos en sus calles que atraviesan en forma de laberinto su beguinaje, o el fastuosismo (ya en las afueras) del Palacio de Invierno de las Hermanas Ursulinas.
Flandes. Un precioso destino para volver a reencontrarme con la fotografía y volver a darme a unos de mis hobbies favoritos, la espera del final del día, la despedida de la luz. Fue ligeramente complicado, raro, confiar en el otro ojo, pero entre nosotros, cumplió a la perfección, tal y como lleva haciéndolo desde que se echo mi vida a sus espaldas para mantenerme unido al mundo. Se merecía estas fotos. Directamente a mi colección particular de trofeos, un montón de postales de esta Flandes mágica. En la hora azul.
Parte de un Minubetrip por Flandes | Mi viaje entero organizando las fotos del móvil por la app de minube.
Más info: Bruselas | Amberes | Malinas
Más fotos azules, o no, en su álbum de fotos.
Gracias especiales a Xipo y a Guille, que con tanta paciencia me ayudaron con mis medicinas y colirios a lo largo de esos días.
Echaba de menos tus posts… Y tus fotos, claro.
Gracias Sandra! 🙂
Bienvenido de nuevo, un placer tener de vuelta tus horas azules 😀
Gracias Víctor! Es un place volver a dispararlas 🙂
Excelente narracion y mejores fotografias, un abrazo y sigue contandonos lo que ves por ahi, saludos
Gracias Ricardo!
Un placer ser tu enfermero particular Ignacio, ya sabes que aquí estamos para lo que necesites! Un abrazo!
Mil gracias Xipo, de verdad… 😀 Este viaje era una prueba de fuego para mi. Un abrazo!
Vaya fotazas! Claro que sí, nada dura para siempre.. ánimo!
Gracias German!
Me encanto tu post y las fotografías y paisajes mas hermosos, me gusta disfrutar de nuevas cosas y vivir, conocer nuevas ciudades, países, y nunca dejar de conocer lo mejor de la vida.
Muchas gracias!
¿No estuviste en Gante? Para mi la ciudad con mejor iluminación nocturna de todo Flandes. Los canales dan un juego que para qué. Ni me imagino lo que hubieses sido capaz de sacar de ahí.
Gracias por contarnos de tu experiencia y por estas hermosas fotosgrafías. Sin duda Bélgica es una ciudad mágica y encantadora.