Mujer decorada con masonjoany, en el descenso del río Tsiribihina

Mantengo el sabor de Madagascar en la garganta. Su tacto aún me retumba en la piel. Su arena roja ha invadido mis pliegues. Escucho el grito de sus bosques, sus selvas, el silencio de sus ríos. Todo se ha vuelto conmigo.

Sigo impregnado de esa isla imposible.

Qué delicia.

Atardecer sobre la avenida de los Baobabs

Madagascar es, en el sentido más literal posible, inabarcable. Y no solo porque la mala calidad de sus carreteras haga de cualquier viaje una tarea tediosa, más lenta de lo que las distancias podrían hacer sospechar, sino porque sus más de 1600 km de longitud y sus 600 de ancho la convierten en la cuarta isla más grande del mundo y eso son más de medio millón de kilómetros cuadrados llenos de fuertes contrastes y de un piélago de variados rincones.

El río Tsiribihina

Un lémur del bambú en el Parque de Andasibe

La isla ya decidió ir por libre hace 165 millones de años cuando emprendió su vida fuera de la masa continental africana. Terminó de emanciparse hace 88 millones de años, separándose de la India y definitivamente del resto del mundo. Así, en soledad y sin referentes a los que hacer caso, Madagascar creó su propio universo, donde entre el 80 y el 90% de todas sus especies de flora y fauna son endémicas y en cuyas densas profundidades e interiores se siguen descubriendo nuevas cada año.

La desembocadura del Río Morondaba sobre el Estrecho de Mozambique

Una hembra de Sifaca de Verreaux y su cría en el bosque de Kirindy

El cañón del Río Manambolo

Quizás sus principales embajadores sean los lémures en el mundo animal y los baobabs en el mundo vegetal, pero también se pueden encontrar infinidad de camaleones (entre ellos los más grandes y los más pequeños del mundo), depredadores como el fosa, insectos como el escarabajo jirafa y anfibios como la rana tomate además del geco de cola satánico, la araña de corteza de Darwin (que crea la seda más tenaz del mundo, 10 veces más que el kevlar), mariposas (más de 3000 especies únicas), reptiles, polillas, peces, mangostas, roedores…

Lémur pardo de frente roja

Camelón junto al río Tsiribihina

Arrozales junto a Ansinabe

Demasiado para un único viaje donde además se mezcla el complejo componente humano, representado en esa mezcolanza tan abrumadora que son los malgaches (hasta el gentilicio de la isla es extraño), divididos en decenas de etnias: Los Merina (el pueblo elevado), los Betsimisarka (la inseparable multitud), los Betsileo (la multitud invencible), los Tsimihety (los que no se cortan los cabellos), los Sakalava (la gente del Gran valle), los Antankarana (la gente del Tsingy)… y un largo etcétera. Sus rasgos varían entre lo asiático y lo africano, transformando las proporciones de la mezcla según se recorre el país.

Atardecer en Belo Sur Tsiribihina

Entre pescadores en la larga playa de Betina

Navegándo por el río Tsiribihina

Varían tanto como su cultura, plagada de tabúes (fady) que si bien los que hay que pueden aplicarse a todo el país, los hay específicos para cada región, zona, pueblo o incluso familia. Según donde estés puede ser fady señalar una tumba (o directamente señalar a menos que lo hagas con el dedo doblado), comer anguilas si estás embarazada, trabajar un martes, comer carne de cabra, criar gemelos (hay que abandonarlos inmediatamente tras su nacimiento en un bosque), comer patatas, dar patadas a un muro, silbar tras caer la noche…

Amanece en Bekopaka, junto al Parque Nacional de los Tsingys de Bemaraha

Tsingys de Beramaha

Río Tsiribihina

La lista de estas supersticiones es infinita aunque hay que reconocer que algunas han ayudado durante mucho tiempo a mantener mucha de la fauna endémica intacta porque hay muchos fadys que lo prohibían pensando que molestar a un sifaca puede ser traer mala suerte o que hay que dejar a los baobabs tranquilos porque son el hogar de los ancestros del bosque. Otras han corrido peor y opuesta suerte como la tortuga radiada que al ser considerada portadora de buena suerte y protectora ante ladrones ha acabado convertida en mascota en muchos hogares o el Aye-aye, que con su aspecto ha atraído a muchos cazadores que pensaban que estaban librando a su pueblo de un demonio. Intentar entender Madagascar en un único viaje puede llevarte a acabar con un fuerte dolor de cabeza. Hay que ir asimilándolo con calma, con humildad y con la mente abierta a un mundo que se resiste a ser gobernado por otras cosas que no sean sus creencias.

Chica Malgache en uno de los pueblos del descenso del Río Tsiribihina

Atardecer en Belo Sur Tsiribihina

Quizás por todo eso, recorrer la isla durante tan solo dos semanas visitando el centro y el Oeste, a pesar de haber sido una experiencia brutal, me ha dejado con ganas de más, de mucho más. Ganas de seguir descubriendo esos otros mundos que aguardan en el Norte, el Sur, en la profundidad de sus aguas.

Pequeños Tsingys de Bemaraha

Una hembra de Sifaca de Diadema y su cría

Tormenta eléctrica sobre Antananarivo

No puedo sin embargo quejarme, el recorrido que hice junto a mi querido Isaac y de la mano de IndigoBe bajo el nombre de “Remote River Expedition” nos ha dejado un montón de momentos memorables. Varios días descendiendo el río Tsiribihina en «chaland», durmiendo en tiendas de campaña, visitando pueblos y bañándome bajo cascadas. Recorrer las ajetreadas calles y mercados de Belo Sur Tsiribihina, perderme por sus barrios mientras el sol del atardecer lo bañaba todo de un cálido dorado. Navegar en barca por el cañón del Río Manambolo y cruzar los laberintos de piedra afilados de esa rareza geológica que son los Tsingys. Cruzar miradas con los lémures de día y de noche en el bosque de Kirindy. Cumplir un sueño y pasear al fin entre los gigantes en la Avenida de los Baobabs al atardecer. Visitar la desmbocadura del Río Morondava y Betania para admirar la belleza del Estrecho de Mozambique entre barcas de pescadores. Escuchar el abrumador canto de los Indri-Indri en las selvas de Andasibe y ver a los sifacas de diadema saltar por encima de nuestras cabezas. Despedirme entre las calles de la caótica Antananaribo bajo una tormenta eléctrica.

Qué salvajada todo.

Qué pasada de viaje.

Sifaca de Verreaux en el bosque de Kirindy

El Ingri-Ingri, el más grande de los lémures en la selva de Andasibe

Camaleón de Parson en el parque de Andasibe

África es una de mis grandes cuentas pendientes y me hace tremendamente feliz ir iluminando poco a poco esos huequitos oscuros del mapa del mundo. Pero no esperaba esa inagotable paleta de colores y emociones. Volveré a Madagascar, por supuesto. A comer ingentes cantidades de arroz, a encontrarme con caras decoradas con masonjoany y sonrisas de dientes de oro, a continuar con la divertidísima caza fotográfica de lémures y a dejarme el cuello admirándolos entre la frondosidad de ramas. Volveré para seguir maravillándome con sus infinitas sorpresas.

Misoatra, Madagascar.

Avenida de los Baobabs

Después de haber estado viajando con IndigoBe por Madagascar no puedo por menos que recomendarlos. Llevan 17 años en la isla haciendo todo tipo de viajes. Su web está actualmente en remodelación, pero podéis escribir un email a Silvia para que os de información de todos los viajes que tienen disponibles, o podéis consultarles por Instagram. Nuestro viaje ha sido «Remote River Expedition» que abarca un total de dos semanas y aunque lo hemos disfrutado un montón desde mi humilde punto de vista creo que dado todo lo que tiene que ofrecer el país si tenéis el tiempo suficiente os recomiendo alguno más largo como la expedición Baobab de 24 días.

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