Las últimas notas de jazz sonaban mientras mirabamos embobados el mar de luces nocturnas de Tokio a través de las cristaleras del Park Hyatt. Imposible un mejor broche final para mi vida en Tokio, para despedirme de Japón. 

De nuevo el odioso ritual de cerrar las maletas sabiendo que te llevas tu vida a otra parte, la sensación de saber que pasas por una calle por última vez, que mañana cuando aterrices el cruce de Shibuya, los rascacielos de Shinjuku, los sonrientes japoneses, el Fuji, las flores, los incomprensibles kanjis, los neones verticales, estarán a diez mil kilómetros de distancia.

Me marcho de Japón. Me uno al éxodo de extranjeros que están abandonando esta isla a remolque de la palabra crisis. Proyectos que se paran y otros que se esperan para comenzar. De momento no hay sitio para mí. Me permití el lujo de pensar que estaría bastante más tiempo por aquí y ahora el «no pienses en que se acabó y alégrate porque sucedió» por muy cierto que sea tiene un excesivo sabor a resignación.

Desde un punto personal, de momento pasaré unos días en España, con mi gente, para recargar las fuerzas y energías. Desde un punto de vista blogeril, Japón seguirá un poco más, pues hay muchas cosas que me he quedado con ganas de contar. Me voy de un país incomprensible y fascinante, un país que lucha consigo mismo y que siempre parece estar en eterna contradicción. Una amiga mía me dijo dos cosas que se me quedaron grabadas en la memoria: la primera fue que Japón no era un país apto para todos los públicos y la segunda que si conseguía hacerlo mío no lo olvidaría jamás y dolería cada vez que lo recordara. En la primera tuvo razón, Japón, lejos de la imagen de viaje tremendamente agradecido para venir de vacaciones, puede ser terriblemente duro a la hora de vivir. La incomunicación, la inflexibilidad de sus normas, «el lo tomas o lo dejas» sin argumentación posible pueden resultar desmoralizadoras. Mi primer mes aquí fue de los más duros que recuerdo y estuve a punto de arrojar la toalla. Con el tiempo vas aprendiendo a hacer las cosas a la japonesa y las cosas buenas van tomando más fuerza que las malas, pero el periodo de adaptación es largo. Mientras tanto te va atrapando irremediablemente su gusto por hacer bien las cosas, por los detalles, por demostrarte que sonreír nunca hizo daño a nadie, por sus tradiciones, por su cultura, su gastronomía, por sus historias y leyendas, por sus paisajes. Con respecto a la segunda, dudo mucho que lo olvide así como dudo mucho que me vaya completamente de aquí, pues como leí hace tiempo, nunca te vas del todo de los sitios donde has sido feliz.

Hay determinadas cosas en esta vida en las que puedo tener mayor o menor fortuna, pero desde luego tengo la suerte envidiable desde hace mucho tiempo de cruzar mi camino con gente increíble y fantástica. Japón y especialmente Tokio habrían sido de una belleza exquisita pero mucho más triste y vacía sin ellos.

Sois vosotros, los que me habéis acogido, me habéis hecho reír y vivir este lugar en este preciso y voluble momento, los que más voy a echar de menos. Sois vosotros, mi Tokio, los que me habéis demostrado una vez más que lo más importante de todo no es a donde vas, sino con quien te encuentras.

Para vosotros, poned la música a tope:


It is not where you go… from Ignacio Izquierdo on Vimeo

Domo arigato, amigos, domo arigatou gozaimasu.

Ignacio