Etapa 2: Shibalaya (1790 m.) – Bhandar (2190 m.)

Distancia: 8,1 km
Tiempo estimado: 5 horas.
Desnivel Positivo: 1009 m.
Desnivel Negativo: 619 m.

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(Perfil de la Etapa)


7 de Octubre de 2018

El día se definía como lo serían el resto de etapas hasta Lukla. Evitar cualquier atisbo de zona llana para lanzarse a las subidas y bajadas, un entrenamiento digno del tortuga duende para preparar piernas y ánimo para las etapas más duras en las alturas. Si nos centramos en esta etapa podríamos decir que tenía dos partes diferenciadas, una primera de subida tremenda y otra de bajada, tremenda también. Alabemos las cosas simples.

Había amanecido sin ganas en Shivalaya, con breves atisbo de luz que no terminaron de concretarse aunque el día acabó despejándose, algo que se agradecía en el frescor mañanero pero que dejaría de tener valor pocos minutos después, cuando recién despedidos del pueblo comenzábamos una subida inmisericorde de escalones de piedra que habría de rechinar huesos, rodillas y músculos. En breves minutos, como si fuéramos un pequeño cohete, Shivalaya se vislumbraba ya abajo mientras nos adentrábamos en el bosque. Por encima de nosotros, se veían y escuchaban entre las nubes las avionetas que volaban desde Katmandú a Lukla.

(Shibaya, desapareciendo literalmente, por debajo de nosotros)

Para cuando lleguamos a la a primera parada ya entre la sombra de la montaña y las nubes que amenazaban con alcanzarnos, las temperaturas habían bajado lo suficiente como para ver mi cuerpo humear al quitarme la mochila. Al otro lado del valle las pendientes de las colinas habían sucumbido completamente a la dominación humana, domesticadas a base de escalones, convirtiendo los otrora impracticables desniveles en arrozales de los que alimentarse. Era a pesar de todo, una vista bonita, la de centenares de artesanos que tallaron con paciencia la montaña durante generaciones.

La primera parada no era siquiera algo parecido a un bar o una posada, pero cuando preguntamos si servían milk tea, nuestra adicción favorita, nos invitaron a entrar. Acompañamos al interior a los dueños y compartimos estancia junto a un fuego que calentaba leche y ánimo con el gato de la casa. Era una casa pequeña, de ventanas diminutas por las que se colaba la luz. Tan solo esos resquicios acompañaban al fuego en la ardua tarea de dar forma al espacio.

(Algo que me solía encontrar en general es como la gente se ponía muy seria, solemne, cuando les pedía una foto)

(Jose, mimetizado en su ambiente montañero)

Pagamos y volvimos a ponernos la mochila al hombro. Continuaba la subida, adentrándose en la oscuridad de los bosques que se aventuraba en la niebla, atravesamos pequeños grupos de casas que ni siquiera alcanzaban para tener nombre de población alguno y tras una mañana sin descanso alcanzamos entre la niebla a Deurali a 2705 m. El punto más alto de la jornada.

Ya en estos momentos del viaje, siendo tan solo el segundo día, quedó establecido con claridad que iba a ser el lento del grupo. Entre la mochila sobredimensionada, mi afición por pararme a hacer fotos y mi desdeñable físico, ocupé servilmente mi papel de coche escoba en todas las etapas. Conste que ni lo digo con acritud ni con queja. En montaña es importante que cada cual camine al ritmo que le dictan el cuerpo y las fuerzas, sino cabe el riesgo de acabar desfondado o frustrado. Sea como fuere para cuando alcancé Deurali mis compañeros me indicaron, no sin cierto asombro y ya con el estómago lleno que nos podíamos hacer con algo de queso para el camino.

Nos sonaría normal si no lo pensamos mucho, pero ¿hacían queso en las montañas de Nepal? ¿Y un queso como el nuestro? En ningún otro sitio de Nepal lo había visto y en ningún otro lo encontraría. ¿Qué estaba pasando entonces? La historia tenía más miga de lo que pudiera parecer y el origen estába en Suiza. Si, estábamos comiendo algo parecido a queso Suizo. En Nepal.

(El queso de yak de la zona)

El origen se remonta a los años 50 cuando un suizo, Werner Schulthess, llegó a Nepal como un voluntario de Naciones Unidas. Allí se encontró con que los pueblos en estos valles inaccesibles tenían un exceso de leche de yak que se acaba desperdiciando. Se podría haber llevado a Katmandú para venderla, pero el viaje era lo suficientemente largo como para que se estropeara. Schulthess comenzó primero por convencer a los locales que había que pasteurizar la leche y segundo, empezó a aplicar técnicas de elaboración de queso suizo allí entre los pueblos remotos de Nepal.

Para adaptar a la gente al sabor del nuevo producto, Schulthess repartió y regaló mucho del nuevo queso entre las poblaciones locales que poco a poco se fueron acostumbrando al esta nueva variedad. Con el tiempo, el queso alcanzó lugares mucho más importantes como Katmandú donde se convirtió en un pequeño lujo debido a su escasa y limitada producción (algo que se sigue manteniendo en la actualidad). A día de hoy, las fábricas siguen funcionando y si se quiere comer queso de Yak, no hay que dejar pasar la oportunidad al atravesar esta zona.

(Gente preciosa de Bhandar) 

A partir de aquí ya solo quedaba la bajada hasta nuestro destino final del día: Bhandar. Una población en expansión y a medio construir que supongo que aumentará de importancia en los próximos años. Una estación de autobús acabará conectándolo con Katmandú y sirve de centro para muchos de los pueblos de la zona. Había decenas de esbozos de casas y previendo que el turismo acabaría por llegar, gracias a los ecos del Everest, empezaban a haber unas cuantas opciones de alojamiento.

Realmente no apunté casi ninguno de los alojamientos durante el recorrido, pero esté sí, porque nos sentimos como en casa y pocas veces fue más cierto. Fuimos los únicos inquilinos en el Himganga Lodge, junto a la plaza principal y nos sentimos como invitados de lujo en una casa particular. Cuando pedimos de comer o de cenar, la mujer de la casa mandaba directamente a su hija al mercado a comprar. Lo cocinaba entonces ella directamente, sin prisas y alrededor de una hora larga después teníamos la comida en nuestro haber. Es decir empezaba de cero para nosotros, cosa que tenía su encanto, pero es que además gastaba una gusto en la cocina que nos enamoró. Nos habríamos quedado a vivir allí, bajo su cuidado.

El resto de una tarde que iba a pasarse ya sumida entre nubes lo dediqué a pasear por el pueblo, a estirar las piernas sin la carga de la mochila y a saludar a la gente que se acercaba una vez más con más curiosidad que yo. Escolares, señoras, niños y padres, junto un welcome to Nepal. Me he acostumbrado a lo largo de los años a entablar un poco de conversación aunque sea por mímica antes de pedir a alguien una foto. También he acostumbrado desde hace unos cuantos a pedirles después una dirección de mail para enviárselas en cuanto tengo la oportunidad. Me sorprendió que casi ninguno tuviera mail y casi todos me dieran su facebook. Cómo tenían cuenta de Facebook sin un mail es algo que no acabé de entender, pero cada cual (siempre que pude entender la letra) se recibió a si mismo en jpeg.

Allí acababa el día para nosotros. Hora de arrastrarse una vez más al saco, ponerse el frontal y en la oscuridad de la habitación perderse en las letras de los libros. Seguíamos atravesando pueblos y esta parte de la que yo no estaba muy convencido antes de empezar, me estaba enamorando por completo.

Más info: Como organizar el trek al Campamento Base del Everest

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