El hayedo de Otzarreta es uno de esos lugares que se han convertido en icono de los bosques vascos. No nos cansamos en ver imágenes suyas, tan fácilmente identificables. Hayas centenarias que alzan sus brazos hacia el cielo, algo ya de por si sorprendente pues la hayas suelen crecer sus ramas en horizontal, mientras un pequeño riachuelo serpentea entre ellos. Es una estampa de cuento, perfecta, de suaves curvas. Con sol, con niebla, con lluvia, en cualquier estación, siempre luce bonita. Quizás por eso, por la cantidad de imágenes que recibimos, generamos una imagen mental de un lugar por el que perderse, por donde rebuscar ángulos, por el que caminar para descubrir nuevos rincones.

La realidad llega con sorpresa al visitarlo por primera vez y descubrir que es mucho, pero mucho, más pequeño de lo que uno podría imaginarse. ¿Y entonces? ¿De dónde salen todas esas estampas? La solución viene de la mano de la perfección porque a pesar de sus reducidas dimensiones es difícil encontrar un ángulo malo. Eso es algo que saben tanto los fotográfos como los visitantes que se acercan, en grandes cantidades, a visitarlo y retratarlo. Pocos modelos hay que tengan tanto arte para posar.

Recomiendan, los que saben, no acercarse el fin de semana y madrugar lo máximo posible para poder disfrutarlo en algo de intimidad. Quién sabe. Nosotros lo pillamos en mitad de lluvia, entre chaparrones y también hubo que sacar de los encuadres a unos cuantos fotógrafos a los que como a nosotros, el mal tiempo no nos desanimaba. Hubo que tapar la cámara con paraguas, aprovechar algún rayo fugaz de sol que obviamente se había perdido y a pesar de todo, ahí nos quedamos un par de horas, absolutamente hechizados.