Parque Natural de Redes, 4-8 Noviembre de 2019

Fui a encontrarme con el otoño y me volví con el invierno. En esta frontera abrupta, de apenas tres días, el Parque Natural de Redes cambió de color y forma. El bosque que a mi llegada aún vestía de chillones amarillos, ocres y naranjas, se fue suavizando poco a poco, desaturándose bajo la fina capa de copos helados hacia tonos pastel para acabar completamente cubierto de blanco, los rasgos afilados de las montañas suavizados por el manto de nieve. Qué maravilla y que afortunado, pensé al marcharme. Si hubiera llegado un día antes no habría visto la conquista albina y si lo hubiera hecho un día después, me habría perdido el ultimo estertor del Otoño y probablemente habría sido más difícil salir de ese valle, cuyos caminos y carreteras iban desapareciendo bajo la continua cellisca.

Desconocía por completo el Parque Natural de Redes. La primera noticia que tuve de su existencia fue hace apenas unos meses cuando algunos de los asturianos que seguían mi pateada por Picos de Europa me hablaron de él sin que eso hiciera vibrar ninguna de las cajitas de mi memoria. Definitivamente no lo había escuchado nunca. Unas semanas después, una vez vuelto de ese reducto del Edén, se me puso en conocimiento que el propio parque era el protagonista de un documental llamado �100 días de Soledad�, y que si bien el documental en si mismo me ha dejado bastante indiferente, la majestuosidad de sus imágenes aéreas no tiene discusión.

Porque este parque situado en la parte sur de Asturias, limítrofe con León, abarca unos modestos y nada desdeñables 377 kilómetros cuadrados (Picos de Europa tiene 646) repartidos en dos municipios: Sobrescobio y Caso. Sospechaba que por situación, altura (no supera los 2000 metros) y por estar rodeados de hayedos y bosques de robles y castaños, merecería una visita durante el Otoño, para ver si hacía honor a los piropos que recibía. Eso sí, mi ojo clínico no podía haber elegido mejor la fecha. Al mismo tiempo que se anunciaba un tremendo temporal por el norte de España salía de Madrid hacia Asturias, pensando que si la nieve no me impedía llegar me iban a tocar unos día de chimenea y libros. El plan B, convendrán, tampoco estaba del todo mal.

El taxi 4×4 subía desde Bezanes por una estrecha carretera, adentrándose a través de la frondosidad de bosques en más y más valles. A lo largo de los 30 minutos y 10 kilómetros que lo separaban de la Vega de Brañagallones, la niebla y la lluvia no dejaron ver la grandeza del paisaje, tan solo intuir retazos de bosques anaranjados en breves ocasiones. Me valía. El boceto de la realidad prometía. Solo había que tener la paciencia suficiente para que el sol encontrara el camino en el laberinto plomizo de las nubes.

El acceso a la Vega de Brañagallones y por lo tanto a su refugio está restringido para vehículos, así que acceder solo se puede hacer en el taxi 4×4, a pie, en bicicleta. No me queda más que apoyar esta decisión, llegar a la Vega y no verla inundada por coches o destrozada su inmaculada belleza con un parking, le confiere a la zona un aura de cierta magia. Ahí están las montañas invitándote a descubrirlas, todas para ti, parecen decirte, si tienes el valor y el arrojo suficiente para comenzar a caminar. Esfuérzate, que merecerá la pena, prometen.

Brañagallones es uno de los puntos más importantes de todo el parque, no solo por su sensación (ficticia) de estar en el fin del mundo, sin cobertura móvil ni wifi, sino porque además la propia zona está llena de rutas que permiten al viajero unos cuantos días de inagotable descubrimientos. Tanto fue así que mi plan inicial de moverme a distintos puntos del parque se vio seriamente alterado y al final todos mis días en Redes los gasté allí, fascinado por el entorno y recuperando las fuerzas y el calor -perdidos por la lluvia y el mal tiempo-, junto al fuego y buenas comidas.

Tal y como vaticinaban los pronósticos, el tiempo no respetó casi nada y sin embargo, a pesar de llegar día tras día calado al refugio y teniendo que cancelar algunos trayectos de los trekkings por mal tiempo, no cambiaría ni un ápice mi experiencia por allí. Ya lo decían desde el refugio, no puedes pretender venir a la montaña en Asturias y que no te llueva. Quedaba, por tanto, el acogerse a la máxima universal popularizada por los países del Norte: No hay mal tiempo, solo ropa inadecuada.


Según el diccionario toponímico de la montaña asturiana, Brañagallones sería una palabra compuesta formada por Braña, lugar de veraneo para vaqueros y vaqueras y gallones, o el gallo de los montes, es decir el urogallo. En honor de la verdad no ví ninguno, supongo que estarían resguardándose de la lluvia tanto como yo, pero en cambio sí decenas de rebecos, que a lo largo de los días dejarían su rastro sobre la nieve virgen. Dicen los locales que se pueden avistar lobos y que los más afortunados (pocos) han podido ver osos, que si bien hacen de ser esquivos su modo de vida, se pueden encontrar sus rastros en árboles y en forma de huellas.

El refugio de Brañagallones, originalmente creado para cazadores y transformado en un hotel que nunca llegó a funcionar, fue reconvertido en lo que es hoy en 2016, un refugio de montaña para que todo el mundo pudiera disfrutar del entorno. Sus habitaciones de 4, 5 y 6 plazas (en literas) alcanzan un máximo de 39 huéspedes, así que si pensáis ir en fines de semana, verano o fechas complicadas os recomiendo que reservéis. Si tenéis el lujo de poder ir entre semana como fui yo, es probable que lo tengáis prácticamente para vosotros.

Fue por tanto, este refugio, mi centro de operaciones durante casi 5 días (incluyendo el día de llegada y el de vuelta). Os dejo un mapa con las ruta que hice, incluyendo las partes que no pude completar porque el tiempo me lo impidió. Me quedan por tanto unas cuantas excusas para regresar a Redes, y las pienso emplear todas.

Las rutas principales y por lo tanto las que os cuento aquí están señalizadas a lo largo del parque como PR (Pequeño Recorrido) con líneas de pintura blancas y amarillas. La señalización es bastante buena pero el penúltimo día (en el recorrido por la Xerra Les Príes) con la nieve cubriendo gran parte del recorrido tuve muchas dificultades para encontrar el camino y me perdí no pocas veces.

DÍA 1: LLEGADA A BRA�AGALLONES.

A pesar de que hasta media tarde no llegué a Brañagallones, lo cierto es que las últimas horas de la tarde el sol dio algún que otro respiro, intercalado con chaparrones, que me valió para calarme y dar un paseo hasta Valdebezón. Apenas un par de kilómetros de montañas ocres doradas al atardecer, que solo hizo que aumentarme las ganas de empezar a patear.

DÍA 2: BRA�AGALLONES – LAGO UBALES – BRA�AGALLONES.

Ida y Vuelta: 20 km. Desnivel acumulado: 1200 metros.

Quizás una de las rutas más bonitas que pueden hacerse en el Otoño. El camino discurre por el propio bosque de Redes, un hayedo espectacular que le da nombre a todo el Parque. Caminé a paso de tortuga, con un tiempo que no respetaba todo lo que debiera, admirando los árboles, las formas, los colores. De vez en cuando el viento soplaba con fuerza, llevándose en ese soplido centenares de hojas con él.

(Paseando por el bosque de Hayas de Redes, que da nombre al Parque)

Decían los del refugio, que el mal tiempo le había arrebatado días al Otoño y que las lluvias se habían llevado con ellas el esplendor anterior. Supongo que tendrían razón, pero a mis ojos y sin la molestia de la comparación, el bosque mantenía la belleza esperada. El recorrido se adentraba más y más en la montaña, zigzageando hasta encontrarse con la majada de Mericueria. Después de caminar por pequeños caminos entre la frondosidad, alcanzar este espacio abierto y darse de bruces con los macizos y los picos de Cascayón, los Fornos y la Peña�l Vientu fue una visión impresionante.

(La majada de Mericueria)

Por aquel entonces el tiempo ya no daba muestras de mejorar, y la lluvia aunque floja, era insistente, constante y empezaba a acumularse en los tejidos. Sin embargo nada de eso ensombreció mi ánimo de hobbit y continué subiendo con la intención de llegar al Llagu Ubales, el lago más alto de toda la Cordillera Cantábrica. El tiempo siguió evolucionando hacia un clima más del gusto de los orcos y los vientos acabaron rompiendo el paraguas que me quitaba gran parte del agua que me caía encima. Poco después empezó a nevar.

El plan original de hacer de la ruta algo circular se venía abajo. Para completarlo habría que haberse elevado hasta poder bordear los Fornos y la Peña del viento por su parte posterior, pero el tiempo ya estaba imposible y los picos sumergidos en niebla. No siendo seguro opté por cancelar. Soporté como pude, con el estoicismo del que se puede presumir si caminas solo y sin que nadie te vea, hasta que alcancé el borde el Lago. Bandera plantada, no hay más que hacer aquí. Nos batimos en retirada, mi sargento. Algo más cerca de lo aconsejable comenzaron a sonar truenos y yo emprendía la media vuelta por el mismo camino por el que había llegado.

(El Llagu Ubales – el más alto de toda la cordillera Cantábrica)

Para cuando quise llegar al hotel, ya no podía absorber más agua y se me podían estrujar hasta los huesos antes de ponerme a secar. Lo bueno de tener un refugio es que siempre te espera una ducha de agua caliente, la chimenea, una copita de whisky, papel de periódico para las botas y un tendedero para lo que queda de ti. La anegada vuelta había acabado con mis fuerzas, pero obviando mi casi completa conversión a tritón y con la perspectiva de recordarlo tras unas semanas, he de confesar que el recorrido fue bien bonito.

Ya solo quedaba esperar y ver si el día siguiente amenazaba con lluvias torrenciales o si por el contrario, habría una ventana de tiempo que me diera los ánimos para animarme a otra ruta. Por ganas no sería.

DÍA 3: BRA�AGALLONES – CANTU L�OSU – BRA�AGALLONES.

Ida y Vuelta: 4 km. Desnivel acumulado 1100 metros.

No hubo amanecer para los hombres. La niebla cubría los picos ya nevados después de la noche gélida y la lluvia caía sin asomo de cansancio. Aún así, el tiempo se aventuraba a predecir una ventana de no lluvia a media mañana, por lo que me entregué en cuerpo y alma al desayuno con calma, paciencia y un ojo puesto en la ventana. Contra el pronóstico de los más escépticos el tiempo mejoró lo suficiente para animarme a salir e intentar atravesar el bosque que llevaba a Ranéu y desde ahí completar la subida hasta el Canto L�Osu, uno de los picos más conocidos de la zona.

Las lluvias de los días anteriores habían hecho del camino un río con sus cascaditas, pero afortunadamente el tiempo mejoraba cada vez más y una vez metido en el bosque propiamente dicho, el sol se asomó por primera vez trayendo consigo no solo unos graditos de más -que no podían sentar mal a nadie-, sino también una preciosa luz con la que iluminar los colores del bosque. En plena efusión personal por tanta belleza, dándome a la fotografía indiscriminada y empezando a caminar sobre una nieve que tapaba las señales pintadas sobre rocas en el suelo pasó lo que tenía que pasar. Me perdí.

Fue una de esas perdidas no completas, porque solo había sido un desvío en el camino y el pico se veía perfectamente, pero mi intención de alcanzarlo por la noble y sutil técnica del atroche se vio truncada al encontrarme con un densísimo bosque de escobas. El pico se veía, y se podría llegar en línea recta, pero si alguna vez habéis intentado caminar por escobas con nieve sabréis que es tarea harta difícil.

Asumiendo la derrota por segundo día consecutivo, me di la vuelta. Había que reencontrar el camino, al menos uno que no implicara convertirme en Juggernaut para atravesar la densa maleza. Dado que llevaba el GPS conmigo pude recuperar el camino con facilidad, volviendo sobre mis pasos hasta llegar a la última indicación que había visto y desde allí investigar y otear las cercanías hasta encontrar el siguiente punto marcado. Para cuando lo logré había perdido un tiempo precioso de mi querida ventana de buen tiempo.

(La subida hasta el Cantu L’Osu y si os fijáis se ve un poco la marca blanca y amarilla del PR)

Alcancé Ranéu, ya cubierto en su totalidad por nieve y desde ahí me lancé casi por intuición a por el pico. A falta de camino y esquivado ya el bosque de escobas, solo quedaba delante de mi una subida a través de un campo, que si bien implicaba ir rompiendo unos 20 – 30 centímetros de nieve virgen no me impidió alcanzar la cumbre y disfrutar las vistas durante un tiempo aproximado de 2 minutos antes de que la niebla galopara ladera arriba y me arropara sin haberlo pedido.

(La vista desde el Cantu L’Osu hacia el otro lado del valle. Al fondo puede verse la localidad de Tarna)

Por los pelos, pero podría considerar que la prueba como sido superada. Ahora solo había que seguir el rastro de huellas en la nieve y volver al camino y al refugio. El parque me había regalado momentos gloriosos, pero lo había cerrado con un �por hoy ya has tenido bastante� y yo obediente le hice caso. Mi intención de haber completado el recorrido por la Xerra Les Príes habría de esperar. ¿Quizás al día siguiente tendría una nueva oportunidad?


DÍA 4: BRA�AGALLONES – XERRA LES PRÍES – BRA�AGALLONES.

Ruta Circular: 11 km. Desnivel acumulado 1500 m.

Cuando el refugio despertó la nieve había bajado aún mas y regalaba una imagen sorprendente. Los arboles otoñales, aun cargados de hojas, se habían apagado bajo una capa blanca que había transformado el fulgurante bosque en una versión más suave, menos intensa, más melancólica. No he vivido a menudo primeras nevadas que caigan sobre los árboles aún con hojas pero sin lugar a dudas era un bello regalo del parque ante mi constancia y falta de desánimo.

El tiempo parecía que podría respetar, así que sería el momento de intentar hacer el camino que el día anterior no había podido. Llegar hasta Ranéu y desde allí atravesar las crestas de la Xerra les Príes para poder bajar hasta el Collau Puercu y retomar el camino que habría de llevarme a Valdebezón y por lo tanto de vuelta hasta el Refugio. Bien. Pero tal y como cabría esperarse, una vez más era más fácil decirlo que hacerlo.

Como ya conocía el camino del día anterior, la subida hasta Ranéu transcurrió esta vez sin perderme (yuju), con la sorpresa de redescubrir el mismo paisaje del día anterior nevado y nevando, para sorpresa de mi sentido de la orientación al que le costaba reconocer lo conocido con su nuevo disfraz. A partir de aquí, el tiempo dio tregua, se abrieron los cielos y la Vega y el entorno del parque aparecieron en todo su gloria, brillando el manto blanco, reflejando el sol algunos picos y sintiéndose diminuto en la lejanía el refugio de Brañagallones.

Después la cosa se complicó.

El recorrido en teoría no debía ser demasiado complejo, pero la teoría chocó con la cruda realidad. El camino había desaparecido y lo que quedaba era un mar de nieve entre rocas. Qué sería de la vida sin diversiones. Comencé la lenta ascensión en búsqueda de las marcas blancas y amarillas que pudieran asegurarme que seguía en camino correcto. Tuve que volver sobre mis pasos unas cuantas veces, tuve que hacer troche en otras tantas y tuve que confiar en mi vista de halcón para descubrir algunas de las marcas en la lejanía que afirmaran que seguía recorriendo algo parecido a un camino. No era tal. Era saltar de roca en roca, era caminar por nieve con la confianza de que se podría alcanzar el siguiente punto, de alguna manera, con paciencia y con parte de la mente siempre puesta en el tiempo.

¿Por aquí debería haber un camino… pero hasta donde eres capaz de seguirlo?

(Al fondo el Cantu L’Osu, y por aquí de alguna manera el camino. Busquen las marcas blancas y amarillas)

Después de todo, la poca experiencia en Redes ya me había advertido que el cielo se podía cerrar a la velocidad del relámpago y o alcanzaba el collado que me habría de llevar hasta el Collau Puerco o tendría que desandar lo andando y con la ayuda del GPS hacer el camino inverso cual cabra montesa. No estaba por la labor pero si las condiciones se complicaban mucho no tendría más remedio.

Según aumentaba la ascensión aumentaba el frío, aumentaban los vientos helados y había que recibir la nieve a punterazos de bota para ir abriendo camino. Tal y como auguraban las apuestas al llegar a la parte de arriba, el cielo se cubrió, el viento comenzó a arrastrar balas de nieve que se clavaban en el cuerpo sin importar la cantidad de capas que vistiera, el frío se colaba por todas partes y la nieve alcanzaba en algunas partes el medio metro de espesor. Solo faltaba la niebla a la fiesta y no se hizo esperar. Llegó. Y el camino y los posibles puntos de orientación desaparecieron.

Mi último punto de referencia era el lugar por donde había aparecido el collado en la lejanía antes de desaparecer. Era la hora de atajar por lo sano e intentar llegar como pudiera hasta allí para una vez en ese punto intentar retomar el camino. Si no lo lograba o no era el collado esperado, la única opción sería bajar valle abajo hasta encontrarme con alguna población donde conseguir que algún vehículo que me pudiera llevar de vuelta a Brañagallones.

No es sencillo caminar sin camino y con ventisca, pero lo hice bastante bien y mi sentido de orientación respondió con una inusitada precisión. Llegué al collado y resultó ser el que debía ser, recuperé el camino y comencé la bajada entre nieve y barro. El bosque ya se había dejado de medias tintas y las ramas ya lucían su buena y bonita capa de nieve. Entonces y por última vez salió el sol.

(Bajando desde por allí detrás… no se muy bien como. Aquí encontrando esta piedra que me devolvía al camino)


(La tremenda bajada desde el Collado Puercu… y si aguzáis un poco la vista lo mismo hasta me veis en la foto y todo) 

Fueron apenas 10 minutos. 10 minutos para disfrutar de la cima de los picos, donde destacaba imponente la Peña�l Vientu. Sus 2000 metros de altura resistían con aplomo los envites de las inclemencias. Fue su manera de despedirse. Terminada la tregua el cielo se cerró del todo y comenzó a nevar salvajemente, como si tuviera prisa por terminar. Afortunadamente ya había alcanzado Valdebezón, el camino era conocido y no daba opción a pérdida. La única dificulta para regresar al refugio era no acabar como un muñeco de nieve viviente. Qué maravilla.

(La Peña’l Vientu: hola… 

… y adiós)

DÍA 5: BRA�AGALLONES – VALDEBEZ�N – BRA�AGALLONES – BEZANES.

Distancia 14 km. Desnivel acumulado 700 metros negativos.

No había dejado de nevar en toda la noche y el caer de los copos sonaba con suavidad contra el cristal abuhardillado de la habitación. Cuando desperté y levanté la ventana para asomarme no pude por menos que maravillarme. La metamorfosis al invierno se había completado y yo no podía ser más feliz. El manto cubría allí donde alcanzaba la vista y yo no podía aguantarme las ganas de pisar esa nieve.

Tanta fue mi devoción, que decidí volver a Valdebezón a ver el puente y la cascada que había multiplicado su caudal en apenas cuatro días, a recorrer el mismo paisaje de nuevo. Lo mismo, pero completamente diferente. Regalazo.

Y llevado por la euforia decidí que ahora bajaría andando hasta Bezanes. No quería despedirme todavía de este paisaje que probablemente estaba disfrutando yo solo. Había subido con dos mochilas al refugio, aunque los trekks los hacía con media, pero para bajar decidí avisar al taxi tan solo para que se llevará la mochila grande mientras yo caminaba los últimos 10 kilómetros.

Como cabría esperar, venirse arriba tiene estas cosas. Al parque no pareció impresionarle mi efusividad y me recompensó con nieve y lluvia hasta que no quedó parte de mi que no estuviera totalmente calada. Afortunadamente el descenso era sencillo, tan solo una cuestión de tiempo y de permitir que la lluvia te atizara durante tres horas sin descanso. No era una manera prestigiosa de despedirse de Redes, pero sinceramente no había nada que pudiera quitarme la sonrisa.

(Vuelta a Bezanes. Nótese como ya no había nada seco con lo que poder secar la lente de la cámara) 

Además una vez abajo, ya en el coche reconvertido en tendedero, cambiado a ropa seca llegaba el momento del epílogo. Acercarme a un restaurante y darme al queso y la fabada. Sin contemplación ninguna.

Y ese final sí que fue memorable.

(Os dejo aquí esta panorámica de la zona y a continuación marcadas, más o menos las rutas de estos días)

INFORMACI�N �TIL:

Recopilo aquí en esta especie de apéndice, algunos consejos que pueden seros de utilidad si queréis pasar a conocer este Parque Natural tan maravilloso, o al menos la parte de Brañagallones que es la que yo pude visitar.

– Recordad que no se puede subir el coche hasta el refugio de Brañagallones. Podéis dejar vuestro coche en el aparcamiento público y gratuito de Bezanes y desde allí llamar para pedir un taxi 4×4 que os suba hasta el refugio. El taxi suele costar unos 30 euros entre las personas que vayáis a subir. El teléfono del taxista es el: 689 89 30 51 (Rafa)

– Si queréis alojaros en el refugio es recomendable reservar, especialmente si tenéis intención de cenar para que puedan calcular para cuánta gente cocinar. Toda la información y reserva se puede y se deber hacer por su página web. El alojamiento en media pensión para alguien no federado tiene un precio de 35 euros. El refugio dispone de mantas, pero debéis llevar como mínimo un saco sábana. También es recomendable llevar toalla.

– A pesar de que las rutas están muy bien señalizadas, en situaciones de mal tiempo como con mucha nieve, os recomiendo que os llevéis un GPS por que es un comodín por si tenéis que volver por el mismo camino. Yo desde mi ruta por Picos de Europa llevo un Garmin eTrex 30x. Lamentablemente no he encontrado tracks de las rutas por la zona y dado que yo me perdí bastante y que en muchas zonas tuve que hacer campo a través, no creo que fuera buena idea que dejara mis recorridos por aquí. De cualquier manera hay muchas rutas por caminos que son muy sencillas de hacer. Y si vais con buen tiempo, no tendréis pérdida.

– La ciudad más importante de todo el Parque es Campo de Caso, allí tendréis un centro de interpretación donde os pueden dar muchísima información de rutas, no solo del entorno de Brañagallones sino también del resto de zonas.

– Si queréis conocer el parque en su totalidad y tenéis curiosidad de mirar rutas con antelación yo me hice con dos libros de rutas. El primero �Parque natural de Redes: 25 rutas a pie� esta muy bien para plantearos todas las zonas del Parque. El segundo más centrado en la zona de Brañagallones donde me quede finalmente, se llama �Rutas alrededor de Brañagallones� y se puede encontrar en la librería Desnivel.

– Si no estáis por la labor de pasar frío y penurias y queréis ver algunas imágenes del parque que os dejen sin aliento no dejéis de ver el documental �100 días de Soledad�. Actualmente sé que está en Netflix, pero desconozco si está en el resto de plataformas. Por cierto que su banda sonara es espléndida también y la podéis escuchar en Spotify.

Espero que la información os resulte útil o que al menos el post os haya ayudado a descubrir este lugar si como yo lo desconocíais por completo. ¡Nos vemos por las montañas! 

PD. Ah! y si alguien se aburre, puede buscar a ver cuantas fotos están hechas desde el mismo sitio solo que en diferentes días. El cambio es alucinante!!