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Refugio de Vegabaño – Refugio de Vegarredonda

Distancia: 22,7 km.
Desnivel positivo: 795 m.
Desnivel negativo: 705 m.
Duración: 9 horas.

Descargar etapa GPX (Wikiloc).

(Perfil de la etapa)

9 de Julio de 2019

Me levanté antes de que amaneciera con la tibia esperanza de que la mañana trajera cielos despejados y pudiera ver perfilarse los picos del Macizo del Cornión. Fracasé. No tuve ni que salir del refugio para sentir la densidad de una niebla que lo cubría todo y que no permitía ver ni siquiera a diez pasos. La montaña se había empeñado en ponerme las cosas difíciles y yo solo pensaba en que en cuanto hubiera terminado de desayunar tendría que lanzarme montaña arriba a encontrarme con esa nada.

Habíamos venidos a jugar. Tocaba tirar los dados.

(El macizo del Cornión antes de empezar a caminar, a la izquierda entre las sombras de las nubes se oculta Peña Santa)

El viento se llevó algo del mal tiempo mientras el café y las tostadas me calentaban el cuerpo. Lo justo para caminar bajo nubes que seguían allí, en las alturas envolviendo picos. Perdí definitivamente la esperanza de ver Peña Santa y volví a adentrarme en los bosques, subiendo por Cuesta Fría, rodeado de verdes y arrullado por el canto de los pájaros. Caminaba solo, y así lo haría en casi la totalidad de la jornada. La montaña era mía aunque no pudiera verla.

(Primera parte de la ruta)

Dieciocho metros del roblón milenario me esperaban a mitad de la subida. Una reliquia aún viva, de otra era, de otra época, de otros siglos. El gigantesco vigilante de siete metros de perímetro conviviendo entre extraños. Un roble robando el protagonismo a un hayedo patrimonio de la Humanidad. Un extra en un tramo precioso a pesar de la pendiente.

(El Roblón Milenario, en mitad del Hayedo de Cuesta Fría)

Tuve un paréntesis de nubes al salir del hayedo y alcanzar el Collado de El Cueto. Desde allí se podía reconocer el valle que iba dejando atrás y asomaban timidamente la Pica Samaya y el Pico Jairo. En algunos puntos se distinguía como una pequeña motita el refugio de Vegabaño. Fue un regalo de vistas que tan pronto como vino se fue. La niebla volvió a envolverme. Era un aviso. No te despistes, no te entretengas, la etapa de hoy es dura, déjate de fotos y a patear. Asentí para mis adentros. Tocaba despedirse del Valle de Valdeón y seguir subiendo por un Canal, el del de Perro que tras el velo de la niebla, solo se podía intuir.

(Pica Samaya y el Pico Jairo saliendo entre las nubes, vista desde el Collado de el Cueto)

No fue hasta bien entrado en la subida, sospechando que el susodicho canal no eras sino un camino de cabras, que el cielo volvió a empezar a abrirse y empezó a dibujarse el collado que habría de cambiarme de valle. Las sospechas se confirmaron: El camino lo había diseñado una manada de cabras. No me malinterpreten. No estaba perdido. El GPS había cumplido su función bajo la niebla perfectamente y no había otra manera de enfrentarse a esta pared pero digamos que si me hubiera tropezado sería altamente improbable que hoy estuviera escribiendo estas líneas.

(El Canal del Perro subiendo hacia el Collado del Burro, que aparece al fin, al despejarse la niebla)

(Trocitos del Canal del Perro. Nótese la marca amarilla en la pared indicando el camino. Orcos no conocen)

(El camino de subida que queda atrás, visto desde el Collado del Burro) 

El la subida por el Canal de Perro me adentraba ya en los 2000 metros, espacio alpino, donde desparecían todo rastro de bosque, para dejar paso a matorrales y pastizales allí donde la roca lo permitía. Alcanzaba el Collado del Burro y el paisaje se volvía pura piedra. Mazacotes de roca caliza por donde discurría como buenamente podía un camino. Al fondo las oscuras montañas de Mordor, señor Frodo� digo, al fondo estaba mi segunda oportunidad para ver la Peña Santa. Fallida de nuevo. Las oscuras nubes habían decidido lo contrario.

(El Macizo de Peña Santa entre las nubes. Caminando por el Camino del Burro, por encima de gigantes de piedra)

(El camino del Burro, que transcurre por donde buenamente puede)

Aún así este tramo, mezcla de la inmensidad con la desolación de un paisaje casi lunar dejaba sin habla al más curtido. Había que claudicar ante la imponencia grandiosa de la montaña aun estando descabezada por las nubes. Os juro que fotos no hacen justicia a las dimensiones y la sensación de insignificancia que sentía. Alcanzaba así, empequeñecido, Vega Huerta donde respodaba un pequeño refugio para vivaquear en mitad de la nada. Breve descanso y respiro antes de lanzarme a la segunda parte de la jornada. Las cosas no se iban a poner fáciles.


(Ruta para adentrase en la Pedrera de la Llerona desde Vega Huerta)

(El Refugio/Vivac de Vega huerta. Detrás se distingue con claridad la Aguja del Corpus Christi y si os fijáis bien, a la derecha otro pico, muy reconocible aunque este medio en niebla al que se denomina por motivos obvios El Gato)

Tocaba bordear la característica Aguja del Corpus Christi para adentrarse en la pedrera de Las Lleronas, un tramo inmenso, nada cómoda de caminar y por donde la ruta se mimetiza en demasiadas ocasiones con el resto de rocas. Ascendía poco a poco, con el esfuerzo trabajoso de las rocas que se arrastran con los el caminar. Lo bordeé hasta alcanzar, manos mediante en unas cuantas ocasiones, el alto de la la Horcada de Pozas.


(La Pedrera de la Llorona y la ruta – más o menos – para atravesarla)

(Aquí a la derecha se puede apreciar el último tramo de camino antes del alcanzar la Horcada de Pozas)

Primer obstáculo salvado, pero solo para adentrarme en otro circo descomunal, rodeado de roca basta y salvaje y donde había que atravesar algún que otro nevero. La soledad más absoluta. El silencio más profundo. Solo a lo lejos destacaban unos pocos rebecos jugando con la nieve. Debían ser los únicos felices allí porque lo que era yo, las fuerzas empezaban a despedirse de mí, alejándose hacia destino desconocido mientras ondeaban la mano. Suerte. A ver si nos vemos pronto. No se puede uno fíar de nadie en estos días. Ni de tus propias fuerzas. Traidoras.

(Me disculparán la mala calidad de esta panorámica, pero es la única que tengo para entender este paso hacia el Collado Les Merines) 

Pero sólo quedaba un último esfuerzo. Mayúsculo para lo que yo podía permitirme hasta alcanzar el último collado, una vez bordeada la Torrezuela, de les Merines. Tremendo. Pero ahora ya solo quedaba el largo y agotador descenso hasta el antiguo Refugio de Vegarredonda, una preciosa e histórica reliquia que durante mucho tiempo fue el único punto de descanso que había entre Covadonga y Peña Santa. Sobrevivió como pudo a la Guerra Civil y ahora se irgue casi como monumento a los primeros montañeros que se atrevieron a descubrir y mapear esta zona.

(Mirando hacia atrás, bajada desde Les Merines)

(El refugio original de Vegarredonda de 1924)

(El refugio actual de Vegarredonda) 

Mi destino quedaba una centena de metros más abajo. Había llegado después de 9 horas al nuevo Refugio de Vegarredonda y podía sentir la satisfacción de quitarme al fin la mochila, desabrocharme las botas y dejar respirar los pinreles y darme una merecida ducha. Tiempo justo para estar listo para la cena y para mi cita ineludible con el atardecer, que esta vez sí, le dio por hacer acto de presencia antes de despedirse sobre un mar de nubes.

Las piernas y las rodillas aguantaban y el resto del cuerpo parecía que también. Sonreí feliz mientras me metía dormir. Pedazo de etapón había completado. Ahora a soñar con el día siguiente. Tocaba atravesar los lagos de Covadonga y si el tiempo era propicio acabaría encontrándome con el Macizo Central de frente. De tú a tú.

No podía esperar.

Más info: Consejos para organizar el trek del Anillo Integral de Picos de EuropaRefugio Vegabaño | Refugio Vegarredonda

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