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Hotel Refugio Áliva – Refugio de Collado Jermoso

Distancia: 14,3 km.
Desnivel Positivo: 764 m.
Desnivel Negativo: 366 m.
Duración: 8 horas.

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(Perfil de Etapa)

15 de Julio de 2019

El hotel de Áliva despertó con un amanecer limpio, sin mota alguna de nubes que ensuciaran el perfecto azul del cielo. Sobre mi cabeza, Peña Vieja y Peña Olvidaba se iban vistiendo de luz naranja según el sol ascendía en la lejanía del horizonte. Era un tremendo remanso de paz y de tranquilidad. Pocos eran los que habían abandonado las sábanas a esas horas y quienes lo habían hecho no era sino por obligación. Remolón, el hotel  se desperezaba y yo estaba solo viendo las montañas. Vaya lujo.

(Peña Olvidada a la izquierda y Peña Vieja a la derecha, despertándose. Abajo, el Chalet Real, construido en 1912 para las cacerías de Alfoso XIII).

Para cuando desayuné y salí el día seguía sin mostrar atisbos de nubes. Me esperaba una etapa en teoría no demasiado complicada, pero tenía que atravesar un par de pedreras y eso añadía un porcentaje de incertidumbre e imprevisibilidad especialmente ahora que ya iba teniendo algo de experiencia en estas montañas. Por las pedreras es difícil caminar y lo más importante, es complicado encontrar el camino a seguir. Pero de eso me preocuparía en su momento, ahora caminaba por una carretera de tierra ancha, cómoda a pesar de que la rodilla no terminaba de recuperarse. Como iba a hacerlo, la pobre, si no había habido día de descanso alguno. Era un problema y no caminaba todo lo cómodo que debiera pero tocaba hacer de tripas corazón y seguir paso tras paso, con la emoción añadida de que hoy sería la última gran etapa del anillo. La penúltima en total. Se me requería, por tanto, un último esfuerzo. Lo pensaba dar.

Atravesaba las llanuras de Áliva en una subida progresiva, constante. Sin grandes pendientes, pero también sin la tregua de la superficies planas. Bordeaba el macizo de Peña Olvidada para adentrarme en la ruta que habría de llevarme hasta el Refugio de Cabaña Verónica bajo la sombra de Peña Vieja y las Torres de los Horcados Rojos. Esta ruta también engancha con los excurionistas que vienen suben en el teleférico de Fuente Dé hasta el Mirador del Cable pues es bastante popular hacer una etapa que suba hasta el collado de los Horcados Rojos antes de darse media vuelta. Una excursión de día que si el tiempo acompaña tiene unas vistas tremendas sobre el Macizo Central.

(El Tesorero. Cuesta verlo, pero os animo a encontrar el refugio de Cabaña Verónica debajo)

(La subida hacia Cabaña Verónica y el collado de los Horcados Rojos)

Una vez que hube bordeado Peña Olvidada ya se podía ver a lo lejos, aunque diminuto, el refulgir del Refugio de Cabaña Verónica brillando bajo el sol a los pies del Tesorero. Había que saber mirar para localizarlo, porque esta era un refugio pequeño, minúsculo en la inmensidad de la montaña. Pero allí estaba, en la lejanía, esa pequeña construcción de metal de tan solo 9 metros cuadrados, faro de la montaña para caminantes diurnos. El camino seguía las antiguas pistas de las minas de Altáiz y hacia el oeste se podía adelantar las siguientes partes de jornada que me habrían de llevar a atravesar la Horcada de Tiros de Casares entre la Torre del Hoyo Oscuro y el Madejuno.

(La parte de la etapa que me tocaría tras salir de Cabaña Verónica)

(La estructura galáctica de Cabaña Verónica)

Fue una subida entretenida, con algunos tramos de apretarse los repechos en zigzags pero que no entrañaban ninguna dificultad técnica. Había abandonado la pista para entrar en el sendero y el sol ya empezaba a calentar. Llegué a un desvío que permitía elegir entre subir al Collado de los Horcados Rojos o a Cabaña Verónica, mi primera parada técnica. Cabaña Verónica es un refugio de lo más peculiar. No solo por sus ya comentados 9 metros cuadrados que pueden dar cobijo en literas triples a 6 personas, sino porque que está construido utilizando la cúpula de una batería antiárea de un portaviones estadounidense. Como en los argumentos más locos de Lost, allí, en mitad de la Cordillera Cantábrica, a 2325 metros de altura teníamos un trozo de un barco. Merecía la pena pasar no solo para admirar las vistas sobre las que reposaba sino para conocerlo y visitar también su interior. Dentro todo el espacio está aprovechado al máximo, pues dispone no solo de literas que parecen sacadas de un submarino, sino que tiene también su propia cocina y ofrece, a pesar del tremendo problema del agua, comidas y bebidas calientes.


(Bordeando la Torre de los Horcados Rojos. Notése a la izquierda el refugio de Cabaña Verónica) 

(Cabaña Verónica)

(Vistas desde Cabaña Verónica. Aquí se puede ver el camino de subida, bordeando la Torre de los Horcados Rojos y los Picos de Santa Ana)

(Vistas desde Cabaña Verónica. Si os fijáis se ve el Mirador del Cable. Punto final del Teleférico de Fuente Dé)

Desde esa cúpula metálica se podía seguir perfectamente el recorrido que había tomado para llegar hasta allí y tenía una panorámica tremenda de la zona con la Torre de los Horcados Rojos, Peña Vieja y Peña Olvidada. Si aguzaba la vista hacia el sur podía ver el Mirador del Cable, final del recorrido del teleférico que sube desde Fuente Dé. Más al sur y como la claridad del día lo permitía, aparecía un viejo conocido: el Espigüete y el resto de picos de la Montaña Palentina. (Lo curioso es que yo cuando hice este Anillo de Picos aún no había vuelto a la Montaña Palentina y no tenía ni idea de lo que era el Espigüete, pero me ha hecho ilusión descubrirlo al preparar estas fotos).

Era recomendable subir un poco más porque elevándome podía encontrar unas cuantas sorpresas: como por ejemplo el Picu Urriellu, apareciendo tras el Collado de los Horcados Rojos. Pero a partir de aquí se acababa la tregua y comenzaba la fiesta. Este tramo se convirtió en una pequeña pesadilla que habría de llevarme casi tres horas completar. Esta pedrera inmensa, de roca salvaje y sin domar tenía un grave problema: era imposible encontrar camino alguno por el que proseguir. Supuestamente se podría identificar la ruta por los hitos (los montones de piedra) pero estos aparecían y desparecían sin criterio alguno y aún siguiéndolos cuando se podía el camino implicaba destrepes, bajadas por paredes verticales y andar con cuidado de no meterse en zonas de las que no pudiera salir. Me tuve que quitar la mochila en unas cuantas ocasiones para dejarla caer.

(Panorámica de la zona. Atentos a como asoma el Picu Urriellu por encima del Collado de Horcados Rojos y como se ve al fondo fondísimo la Montaña Palentina)

(Excursionistas subiendo al/y en el collado de Horcados Rojos. El Picu Urriellu al fondo) 

Intentaba seguir el GPS todo lo que podía pero ni por esas conseguía encontrar la ruta óptima para atravesar este tramo hasta la Horcada Baja de Tiros de Casares. Me resulto un pequeño infierno agravado por el estado de mi rodilla, nada contenta con la metamorfosis en cabra a la que me estaba sometiendo. Lo único positivo que podía encontrar era estar haciendo la etapa en un día soleado. No podía ni imaginarme lo que debía de ser hacer este tramo en un día con lluvia, algo que yo, tras haberlo pasado, lo desestimaría directamente. Me parecía demasiado peligroso ir de roca en roca al borde de caídas de varios metros como para encima tener el problema añadido de resbalones por la lluvia.

(¿Y por dónde dice usted que tengo que ir?)

(Si. Entiendo el destino. Pero insisto. ¿Por donde dice que se va?)


Para cuando alcancé el paso entre Madejuno y la Torre del Hoyo Oscuro y cambiaba de valle ya estaba claro que no iba a completar la etapa en el tiempo estimado. Las matemáticas eran sencillas, era imposible tardar las 6 horas estimadas si ya llevaba 6 horas de ruta. El problema venía en lo que me esperaba al otro lado, que no era sino otra pedrera igual de tremenda de gigantescas dimensiones y sin un camino claro. Desde la Horcada la vista intimidaba.

(La vista hacia el nuevo valle al atravesar la Horcada baja de Tiros de Casares)

Había que bajar con cuidado para no resbalar en las rocas sueltas. A partir de aquí había que bordear la Torre de Collado Ancha. La mayoría de las rutas lo hacen por el norte siguiendo la Collada Ancha pero la ruta que iba siguiendo en el GPS lo hacía por el sur y no estaba yo para muchos experimentos, especialmente dada la poca señalización (Lo comentó por aquí para que lo tengáis en cuenta por si preferís hacerlo por Collada Ancha aunque yo desconozco como está ese camino).

(Y al fin, el Macizo Occidental)

Cruzar esto fue un suplicio. La rodilla ya no sabía ni como quejarse para que le hiciera caso. Esta etapa estaba acabando conmigo y con la poca energía que me quedaba. Estaba tirando de reserva, lo tenía claro. La fatiga no la calmaba ya el comer, era la sentencia del cansancio acumulado. Cuando salí de la pedrera y encontré el camino respiré aliviado. Al menos podía caminar sin saltar, sin arrastrar el culo y la dignidad. El regalo no era solo un terreno más asequible para caminar sino que ya empezaba a tener vistas del Macizo Occidental al otro lado del Valle de Valdeón. Me quedaba el último arrechuchón, terminar de subir hasta las Colladinas y dejarme rodar hasta el refugio.

(La cima de ese pradito verde son Las Colladinas. Venga ese ánimo.)

(Vistacas hacia el Oeste. Impresionantes Torre Salinas a la izquierda y Torre del Friero a la derecha)

O eso pensaba yo. Pero cuando alcancé la cima de las Colladinas y apareció al fin en la lejanía el Refugio de Collado Jermoso lo último que me apetecía era tirarme rodando. La vista era sobrecogedora y para alcanzar el refugio había que bordear un tremendo acantilado. A día de hoy me sigue dando vértigo mirarlo aún en fotos (Luego descubrí que por ahí tenía que bajar al día siguiente, pero eso ya os lo cuento en otro momento, veréis que risas).

(Pues sí. Eso que se ve ahi y que hay que bordear por la derecha es el Refugio de Collado Jermoso)

(Refugio de Collado Jermoso y el Macizo Occidental o el Cornión al fondo)

(Ambas partes de El Cornión y el refugio de Collado Jermoso)

En honor de la verdad y a pesar de la extrema estrechez del camino, impresionaba mas de lejos que caminándolo. Puede que el deleite de las vistas completas del Macizo del Cornión me hubiera anestesiado frente al miedo a las alturas. Que emocionante era estar allí. Miraba a esas montañas con sensación de irrealidad. Fueron el comienzo de mi ruta, mis primeras etapas. Yo había comenzado adentrándome en esas cimas y ahora las veía desde el otro lado. Completar el anillo estaba próximo.

 

(Panorámicas bordeando la montaña para acceder al Refugio de Collado Jermoso)

Terminé de bordear el abismo y alcancé ese refugio construido en ese lugar imposible, transportado a lomos de animales durante 1941. Podía imaginármelos subiendo esas cuestas ilógicas cargados con bolsas de cemento, pero me costaba más imaginar las proezas que habrían tenido que realizar para subir cocinas o las enormes vigas. Y sin embargo allí estaba, otro refugio improbable e imposible de Picos de Europa, dispuesto a recibirme con cerveza fría.

Aproveché esas horas, aún de tarde temprana, para acercarme a la colina que protege el refugio y embelesarme con las vistas. Miraba atentamente al macizo Occidental. Me seguía pareciendo increíble que hubiera estado caminando por esos techos. Me quedé recordando picos, valles, canales y torres hasta saciarme de vistas. Hora de volver al refugio, darme una merecida (merecidísima si me permiten) ducha y engullir la cena para acto seguido volver a subir a despedirme del día y en cierta forma de la ruta con los que dicen son los atardeceres más bonitos de Picos de Europa.

(El refugio de Collado Jermoso, a la derecha se pueden ver Las Colladinas)

(Hora del atardecer. El refugio saliendo de entre la niebla. Arriba el Llambrión)

La cena la habíamos pasado con el refugio envuelto en nubes pero esta vez la montaña tuvo compasión. Al fin. Después de todo el sufrimiento acumulado pensó que este era el momento para hacer las paces. Hizo bajar las nubes justo por debajo de donde estábamos, sumiendo el resto del mundo en la oscuridad. Como si fuera un regalo privado, para público reducido, allí estaba el atardecer más espectacular de todos los que había vivido en esos días de caminata.

Buena manera de despedirme de esos picos. Mañana tocaba bajar y ya desde el fondo del valle solo podría volver a verlos mirando hacia arriba, como gigantes inaccesibles. Este era mi momento de mirarlos de frente, de tú a tú, en respeto mutuo y sentir que cada gota de sudor, cada punzada de dolor, cada jornada de agotamiento habían merecido la pena.

Más info: Consejos para organizar el trek del Anillo Integral de Picos de Europa | Hotel Refugio Áliva | Refugio Collado Jermoso

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