Etapa 10: Tengboché (3860 m.) – Dingboché (4410 m.)

Distancia: 10,4 km
Tiempo estimado: 5 horas.
Desnivel Positivo: 683 m.
Desnivel Negativo: 228 m.

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(Perfil de la ruta)

15 de Octubre de 2018

No me habían engañado los ojos el día anterior. No había sido producto de mi imaginación. Tengboché era un mirador perfecto y las primeras luces del día lo corroboraban. Los picos en las alturas comenzaban a brillar mientras el viento levantaba pequeñas nubes de hielo y nieve anaranjadas ante la luz tibia del primer sol. El Everest, el Lhotse, el Nuptse. Todos igualmente imponentes tras la noche de descanso.

(Buenos días desde Tengboché)

Hacia el oeste el macizo de Konge, ya un viejo conocido de las etapas anteriores, también despertaba con una cara que no había visto hasta entonces: el Bigphera Go-Shar y sus 6729 metros. Esa cordillera se iba volviendo cada vez más grandiosa según me alejaba de ella. Aún impondría más a lo largo de la jornada.

Esta vez éramos unos pocos los que habíamos madrugado, cambiando la comodidad y el calor del saco para disfrutar de las vistas. Me sorprendió ver otros cuantos trípodes. Se notaba que desde Lukla éramos muchos más y también la ayuda de los porteadores. No me malinterpreten, no lo digo como una crítica, realmente llevar todo el equipo fotográfico con varias lentes, trípodes y demás, es bastante incompatible con llevar todo el resto del equipo. No se puede pedir un acto de borriquismo como el que yo hacía.

(El Monasterio de Tengboché, con los picos que van delimitando el valle de Gokyo)

Nos despedimos con pena de esa postal antes de empezar a caminar. Ni siquiera eran las siete de la mañana y ya nos metíamos entre las sombras de la montaña bajo un bosque de rododendros. La etapa que nos esperaba no era, en teoría, demasiado difícil y su principal complicación radicaba en la altura. Íbamos a superar por primera vez los 4000 metros y entrábamos en terreno peliagudo donde tendríamos que estar muy atentos a la reacción de nuestro cuerpo a la estancia prolongada a partir de estas alturas.

(El Taboche asomándose entre las colinas)

Poco a poco íbamos subiendo, caminando junto al margen del río Imja Khola. Nos habíamos separado del Dudh Koshi el día anterior al atravesar el Phunke Tenga y ahora caminábamos junto al ruido de agua recién nacida de glaciares y lo hacíamos en la sombra de los gigantes, en una garganta estrecha que ascendía sin pausa. Al fondo, en la lejanía, aparecía el Ama Dablam y mi velocidad de crucero se reducía drásticamente en el afán imposible de fotografiar todos sus ángulos, de robarle el alma con la cámara.

(El Ama Dablam de mis amores)


En algún punto de la subida nos alcanzó al fin el sol y al mirar atrás la vista del valle volvía a ser un regalo. Impoluta de nubes y con el macizo de Kongde más impresionante que nunca, con dos nuevos picos de más de 6500 metros mostrándose tras su primera fila de roca. El Karyolung (6529 m.) cuya cima se había mantenido oculta todos estos días tras el Nupla y la cumbre perfectamente nevada del Khatang (6775 metros), un pastelito de nata helada que surgía de entre las montañas. También valía para ir identificando al resto y ver en la lejanía el monasterio de Tengboché que habíamos dejado apenas una hora antes. (En el orden de las cosas que voy descubriendo a posteriori, se podía ver el Yeti Mountain Home Lodge. Dejemos ese nombre en un pequeño cajón de la memoria. Será importante dentro de unas cuantas etapas.).

(Javi y Jose, con la reductora haciendo un reprix montaña arriba)

Paramos para nuestro segundo desayuno de milk tea y samosas en las primeras casas de Pangboché. Los grupos de excursionistas también estaban en marcha ya y paraban en la zona más central del pueblo. Haciendo gala de nuestro espíritu antisocial acabamos en una casa en la que éramos los únicos extranjeros y donde el sentimiento de fascinación era recíproco con nuestros anfitriones, tanto, que me dejaron entrar en la cocina a hacerles fotos mientras nos contaban como el que no era porteador, era guía y quién más quién menos ya había hecho cima en la mayoría de los picos de la zona. Era algo bastante normal cuando hablabas con los locales en los lodges, más de uno ya había hecho cumbre en el Everest en alguna ocasión. Por cierto que aunque nosotros no lo hicimos y para un viaje con aún menos prisa siempre podéis alojaros en Pangboché y gastar este día para acercaros desde allí al campamento base del Ama Dablam (4600 m.)

(Milk tea, samosas y autóctonos de Pangboché)

Saliendo de Pangboché ya cambiábamos definitivamente de paisaje. Nos despedíamos de los árboles para quedarnos con algunos matorrales alpinos. Un terreno seco, casi estéril, arduo y duro donde había que protegerse del sol. Somare aparecía al fondo del camino, dando una sensación de ser un pueblo que el mundo había olvidado que existía. Un western de las montañas solo roto por las decenas de excursionistas que seguía este trayecto por el valle Central. Afortunadamente para nosotros al día siguiente nos desviaríamos por el valle de Chukung, dejaríamos la autopista y volveríamos a las comarcales que tanto nos gustaban.

(El Cholatse y el Taboché, asomando de nuevo tras la ladera de una colina)

(Somare, con el macizo del Nuptse y el Lhotse detrás)

(Mirando atrás y viendo un poco mejor las dimensiones del Karyolung y del Khatang)

Quedaba menos de lo que esperábamos para alcanzar Dingboché cuando paramos, oculto tras una colina. Aún así, la nueva parada para recargar fuerzas y aliento en esas alturas nos permitió recrearnos en el Kangtega en la distancia. El Everest ya había desaparecido tras la muralla del Nuptse y el Lhotse pero a cambio descubríamos el Malanphulan y sus (6572 m.).

(Momentos de felicidad sin concesiones)

(Maravillados con el Kangtega)

(El Thamserku y un excursionista dando algo de escala – como si fuera posible)

La última parte de la etapa no era la más complicada técnicamente pues no teníamos que salvar un gran desnivel pero la finura del aire hacía que fuera necesario caminar solo con pasitos cortos. Era imposible dar una zancada larga y si se cometía semejante error tocaba detenerse para coger aire. Es una sensación algo angustiosa el que te falte oxígeno haciendo las tareas más nimias. Pero así, cual muñeca de Famosa, completamos la jornada y alcanzamos Dingboché. Pocas veces había sabido mejor quitarse la mochila y sentir la ligereza.

(Dingboché)

El núcleo duro del grupo: Javi y Jose, decidieron que estaban lo suficientemente bien como para hacer la excursión hasta el mirador de Nangkar Tshang (5083 m.) pero Matti y yo optamos por dejar que el cuerpo se adaptara a los 4410 metros de Dingboché durante el resto de la jornada y quizás, solo quizás, lo intentaríamos al día siguiente. Aún así, si que subimos otra pequeña colina para poder disfrutar un poco más de las vistas.

(Panorámica del valle de Chukung con a partir de Dingboché)

Desde allí se tenía una vista casi de 360 grados tremendamente interesante. Se podía ver el valle Central por el que la mayor parte de la gente de desviaba. Fuera de nuestra vista, un poco más abajo estaba Pheriché que suele ser el sitio de parada de la gente que va directa hacia Lobuché, Gorak Shep y finalmente el campamento base del Everest. Por otro lado Dingboché marcaba ya el inicio del valle de Chukung en el que nos adentraríamos al día siguiente y la vista era una delicia.

(Foto de 360 grados con donde se aprecian el valle Central y el valle de Chukung, además de tener 3 ochomiles en la misma foto: El Lhotse, el Makalu y el Cho Oyu)

(El valle central) 

Había desaparecido el Everest pero a cambio podían verse otros dos nuevos ochomiles: El Makalu (8463 m.) y muy a lo lejos por el valle Central el Cho Oyu (8201 m.). Si añadíamos el Lhotse (8516 m.) que dominaba la escena teníamos 3 ochomiles juntos y era impresionante. Pero no solo de ochomiles vive el hombre y también había nuevas vistas de el Shartse, el Island Peak y una composición genial de los tres picos que vigilaban el valle Central: El Taboche, el Choltase y el Arakam Tse. Coronaba la imagen el omnipresente Ama Dablam, justo encima del pueblo de Dingboche y el Kangtega y el Thamserku en la lejanía.

(El Kangtega y el Thamserku)

Había llegado el momento de que Matti y yo bajamos la colina para darnos al siempre agradecido Dal Bhat y su obligatoria repetición. Seguía siendo un misterio dónde entraba semejante cantidad de comida pero el plato quedaba siempre limpio. Comimos felices, al aire libre, bajo unas vistas que convertían nuestra mesa de plástico en un restaurante de lujo hasta que fiel a su cita diaria llegó la niebla mientras terminábamos de deleitarnos con un pot de café con leche. Le habíamos ganado suficiente ventaja como para haber disfrutado del paisaje durante unas cuantas horas y ya conocíamos las reglas del juego. Aceptamos la derrota a manos del clima deportivamente.

(Las nubes empiezan a agarrarse al Taboché)

Aproveché para dar una vuelta por Dingoboché, población que debía haber crecido bastante a base del turismo pues la mayor parte de lo que podía verse eran lodges, tiendas y sitios donde tomar algo con el reclamo de poder cargar baterías gratis si te gastabas más de 500 Rs. No era mala oferta, pues a estas alturas del trek ya era el mismo precio que costaba cargar la batería en el lodgde. Oportunidades de negocio en todas partes, amigos.

De vez en cuando las nubes aflojaban un poco y la cumbre del Ama Dablam asomaba durante unos instantes. No era mucho a lo que agarrarse pero me dió la moral suficiente para animarme a volver a subir a alguna colina y esperar a ver si podía hacer alguna foto del atardecer. Sería casi el primer atardecer que disfrutaría si lo conseguía. Hubo que tener fe, mucha, y no dejarse intimidar ni desistir antes de tiempo a las arremetidas del viento gélido y el frío imperante pero al final la montaña se apiadó de ese pobre hombre congelado agarrado a un trípode y me regaló un atardecer glorioso.

(La felicidad congelada) 

Allí me quedé, petrificado, convertido en una estatua de hielo hasta que el anochecer llegó, las luces de Dingboché se encendieron y descendí al lodge bajo las estrellas en busca de un calor que me costaría recuperar. No me importaba lo más mínimo, era un cubito de hielo, pero un cubito de hielo feliz.

Más info: Como organizar el trek al Campamento Base del Everest

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