Etapa 11: Subida a Nangkar Tshang (5083 m.) y Dingboché – Chhukhung (4730 m.)

Distancia: 9,2 km
Tiempo estimado: 5 horas.
Desnivel Positivo: 1069 m.
Desnivel Negativo: 677 m.

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(Perfil de la Etapa)

16 de Octubre de 2018

Ya era costumbre diaria. El despertador sonaba todos los días invariablemente a las 5.30 y yo abandonaba el entorno cálido y acogedor del saco y las mantas para encontrarme primero con el frío de la habitación e instantes después con la intemperie helada. Muy pocas veces perdoné el ritual de ver amanecer, sintiendo que era un privilegio y una oportunidad única el ver las primeras luces del día sobre los más altos picos. Esa mañana tocaba ver incendiarse la cima del Lhotse, el cuarto pico más alto del mundo. ¿Como no iba a estar feliz?

(Amanecer desde Dingboché)

Tenía por delante una jornada con dos partes bien diferenciadas. Primero un tramo de aclimatación que implicaba subir hasta los 5083 metros del mirador de Nangkar Tsang. Segundo y tras descender de nuevo hasta Dingboche llegaría el turno de la etapa propiamente dicha hasta llegar a la población de Chukung y sus 4730 metros. Chukung no estaba excesivamente lejos y se podría alcanzar, en teoría, en un par de horas así que de nuevo el principal problema con que nos podríamos encontrar sería la adaptación a las alturas y ver si el cuerpo respondía bien al hecho de estar acercándose a los 5.000 metros.

(¡Buenos días, Kangtega!)

(Y para vosotros también: ¡Buenos días, Taboche y Arakam Tse!)

También implicaba que el equipo se desmembraba para la jornada de hoy. José y Javi que habían subido al Nangkar Tsang el día anterior se irían directamente a Chukung, asegurarían el alojamiento y completarían su jornada de aclimatación ascendiendo a los 5550 metros del Chukung Ri. Matti y yo nos conformaríamos con llegar a Chukung a terminar la etapa tras Nangkar Tsang para darle tiempo suficiente al cuerpo para que estos peldaños de altura tuvieran el mínimo impacto posible.

El sol de la mañana se iba colando entre los resquicios de los picos e iba iluminando el valle por partes cuando comencé la subida. Era una ascensión a tocateja, una linea recta hasta las alturas en la que contábamos con una ventaja: hacerla sin mochila, sin peso. Y era un regalo. Llevaba tan solo una bolsa con agua y la cámara colgada mientras los bastones me ayudaban a comerme paso a paso los seiscientos metros de desnivel.

El resto de picos se iban iluminando poco a poco. El Kangtega y el Tamserku al sur lejano y el Ama Dablam en el sur cercano. Al Oeste los impresionantes Taboche, Choltase y Arakam Tse. Al fondo del valle de Chukung el Shartse y el macizo del Lhotse y el Nuptse. Mientras tanto los rebaños de yaks se nos cruzaban en el camino hacia la cumbre.

(Dingboché que rápidamente va quedando muy abajo)

Insisto en este punto: costaba subir, costaba cada paso y el oxígeno se convertía en el bien más demandado para nuestro organismo. No fallaban las fuerzas, pero había que parar cada pocos pasos para que este mínimo descanso diera tiempo a las reservas a rellenarse. La vista, eso si, iba mejorando por momentos. Aún con todo en plena subida comencé a sentirme cada vez mejor, encontré mi ritmo y me sorprendí siendo capaz de incrementar los tramos que podía recorrer sin detenerme. No me lo podía creer. El tute de los días anteriores estaba devolviendo el sudor y el esfuerzo invertidos en ellos.

(Matti, dejándose morir en mitad de la subida)

(El Valle de Chukung)

(El valle Central)

Pero 600 metros de desnivel son muchos y para cuando alcancé Nangkar Tshang no pude más que agradecer que la subida se hubiera terminado. Los dolores se quedaban en pausa para admirar las excepcionales vistas que tenía desde allí. Habían aparecido un par de viejos conocidos como el Kyashar y especialmente, el Numbur, el primero de los picos que vimos, hacía ya muchos días, en Junbesi.

(Atentos a esta perspectiva con el valle de Chukung, el valle Central y un espontáneo)

También teníamos una vista deliciosa de la parte final del valle de Chukung, un valle glaciar lleno de morrenas que le daban ese aspecto lunar desolado. Ese fin del mundo rodeado de nieve y hielo. La naturaleza extrema cargada de belleza. Allí se distinguía aunque perteneciera a una cordillera mucho más lejana, el Makalu en toda su gloria y sutileza, con su preciosa forma piramidal de 8463 metros, acompañado por el Kangchungtse, uno de sus picos secundarios de 7678 metros, ambos en la frontera con China. En la cordillera más próxima se podían distinguir el Kali Himal de casi 7000 metros y el Baruntse de 7129 metros creando una cordillera que continuaba por el Ombigaichan antes de elevarse hasta el Ama Dablam. No había palabras para describir semejante espectáculo.

(Posturita de Yoga, para la foto. Que se note que estamos en Nepal)

Matti y yo aguantamos hasta acabar extasiados de tanta inmensidad. Esperamos a que un grupo de rusos que habían subido a ver amanecer (con su correspondiente Namaste descalza sobre las rocas y haciendo sus intentos de postura de yoga durante los dos segundos que tardaban en tomarle una foto) nos dejaran el Nangkar Tshang para nosotros e hicimos todas las fotos que pudimos y que se nos ocurrieron hasta que ya empezó a llegar la hilera interminable de excursionistas desde Dingboche y desde Pheriché.

(Esta mal que yo lo diga, pero me flipa esta panorámica del valle de Chukung)

A quienes comienzan la ruta en Lukla se les suele recomendar hacer un día de aclimatación a cualquiera de estos dos destinos así que eran muchos quienes se animaban a ascender a este pico en esta jornada de tregua. También había quién se acercaba hasta Chukung (nuestro final de etapa) para volver. Otra excursión que ayuda a aclimatar. Descendimos a buen ritmo, animados por la gravedad y la vuelta a las alturas conocidas y nos cargamos la mochila para hacer las dos horas que nos faltaban.

Esta tramo de la ruta era puro engaño. Parecía que estábamos llaneando pero había que salvar casi 400 metros de desnivel y los pies (y la mochila) pesaban más de la cuenta. Ahora si, ahora si que lo estaba pasando fatal de verdad. Cada paso me costaba y era un suplicio avanzar. Me tuve para parar y sentarme en el suelo en más de una ocasión. Tirado inerme en mitad del camino, como un peso muerto. Pensé seriamente que me había alcanzado el mayor de mis miedos en este viaje: el temido mal de altura se cobraba ahora el esfuerzo y la subida exagerada de la mañana. Si me estaba afectando ¿tendría sentido seguir hasta Chukung? No quedaba mucho pero dudaba que fuera la mejor decisión.

(Dingoché con el enorme Taboché vigilante. Al fondo el Karyolung y el Katang y las nubes en plena persecución.)

Me arrastré como pude hasta Chukung donde Javi y con Jose ya nos esperaban tras haber descendido del Chukung Ri. Mis temores de ser víctima del mal de altura se desvanecieron pronto. Uno de los síntomas más evidentes del mal de altura era la falta de apetito y cuando la señora del lodge me planto delante un plato de curry de Yak no tarde en dar buena cuenta de él. No había sido mal de altura. Había sido hambre. Había sido una pájara tan tremenda, tan feroz, que casi me dejó en el sitio. Afortunadamente tenía todo el día para que el cuerpo recuperara energía.

Chukung era un pequeño pueblo con muchos menos lodges y casas que los de las jornadas anteriores. Se notaba que el desvío por este valle era mucho menos popular y la mayoría de los visitantes al Parque Nacional optaban por seguir por el valle Central y no tener que enfrentarse al paso en las alturas del Kogmala Pass (5535 metros de altura) que nosotros haríamos dos días después. Pero aún así, o quizás añadiendo cómo atractivo el encanto de sentirse fuera del mundo Chukung tenía unas cuantas opciones interesantes y su situación entre glaciares y a los pies del Lhotse y del Nuptse acaba por fascinar. Era el punto de acceso no solo al pase para cambiar de valle sino a otras excursiones como el Chukung Ri (que intentaría ascender al día siguiente) o muy especialmente la ascensión al Island Peak, un 6189 m.. Era una ascensión con palabras mayores y muchos de los que llegaban al Chukung lo hacían con esa cima en mente. Se les podía ver con sus guías junto a los lodges, en explicaciones de manejo de piolets, crampones, cuerdas y otros conceptos básicos de muy alta montaña que a nosotros nos infundían el respeto suficiente como para ni planteárnoslo.

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Llegó la tarde y mientras las nieblas y los vientos paseaban por el valle a sus anchas, nos refugiábamos en la sala común, en el charloteo, en la lectura y en la escritura del cuaderno de viajes que se está convirtiendo en estas crónicas. Llegaron los litros de café con leche y de chocolate líquido en pots. Cada vez era más importante el beber muchísimo líquido que nos ayudara a aclimatar y a soportar mejor las alturas. Sin embargo y al igual que el día anterior las nubes empezaron a abrirse lo suficiente para arrancarme el ánimo sufiente para salir con la cámara y el trípode y ascender colina arriba con la esperanza de ver si habría atisbo de los últimos rayos del sol. Fue una carrera a la desesperada, sin aliento y sin fuerzas pero mereció la pena. A unos 15 minutos de Chukung encaramado a una morrena, soportando el soplo gélido que descendía de las cumbres heladas, las nubes empezaban a abrirse y pude apreciar al Ama Dablam como un espectro, un fantasma que iba tomando forma delante de mi.

(Maravilloso, siempre, el Ama Dablam)

(Hacia el Oeste, el atardecer contra el Taboché)

Después llegó el macizo del Lhotse y el Nuptse. Fascinante, mágico, inmenso. Una panorámica casi completa, un retrato inesperado. Con las últimas luces del día, con el cambio de luz a los naranjas, a los rojos, hasta alcanzar la calma del ocaso.

Y allí, de nuevo congelado, sin sol, viendo como la batería de la cámara se descargaba con cada disparo, disfrutando de esa magnífica estampa y embriagado por la euforia de los picos y las nieves me vine arriba y me propuse un reto. El día siguiente intentaría ver amanecer desde lo alto de Chukung Ri.

Más info: Como organizar el trek al Campamento Base del Everest

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