Etapa 19: Tercer Paso: Gokyo (4790 m.) – Renjo-La (5360 m.) – Lumde (4368 m.)

Distancia: 11,5 km
Tiempo estimado: 6 horas.
Desnivel Positivo: 614 m.
Desnivel Negativo: 1016 m.

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(Perfil de la etapa)

24 de Octubre de 2018

Cuando llegó la hora de levantarme había pasado la peor noche de todo el trek. La garganta inflamada y una creciente acumulación de mocos me habían tenido en vela desde que me sumergí en el saco la noche anterior. La habitación amaneció con las ventanas congeladas, cristalizadas en ellas nuestra respiración. El frío que estábamos pasando en Gokyo excedía con mucho el de los otros lodges donde habíamos hecho noche. No había ayudado tampoco que el dueño hubiera regateado en combustible la tarde anterior. Solo una carga de mierda de yak para calentar la sala común del lodge. La mierda de yak. Ese bien imprescindible.

(Amanece junto al lago de Gokyo)

Y nos esperaba una jornada dura porque había que cruzar el último gran paso, el Renjo La Pass a 5360 metros, para llegar al cuarto valle del Parque Nacional: El Valle de Thame. Y para eso había que comenzar salvando un desnivel de casi 600 metros e implicaba volver a caminar por encima de 5000 metros. Y tendría que hacerlo lleno de mocos, respirando aún menos. No podía esperar.

(Bordeando el lago y dejando Gokyo atrás)

Volvíamos a la mochila completa, a sentir el peso sobre los hombros después de dos días de ligerezas por Gokyo. Nos despedimos de Matti con un abrazo, esperando encontrarnos de nuevo en Namche Bazaar, Lukla o Katmandú y comenzamos la ruta de ascensión. Dejábamos atrás Gokyo, bordeando el lago mientras el sol brillaba una vez más limpio en el frío de la mañana.

(Primera parte de una subida a cascoporro, dentro de los circulitos se pueden ver excursionistas para hacerse una idea de la escala) 

(Ascendiendo por la pendiente hacia Renjo La. El Everest, el Lhotse y el Nuptse empiezan a aparecer)

El camino de subida rápidamente se volvió absurdamente abrupto cuando apenas habíamos comenzado a calentar los músculos. Una pedrera vertical era la única manera de enfrentarse a la pared que teníamos delante, donde era imposible mantener un ritmo constante. Las piernas quemaban en esa subida escabrosa, en esos metros de zig zag en frío, recién desayunados. Había que parar cada poco tiempo a descansar y retomar el aliento pero a pesar de todo subíamos a un ritmo que compatible con la dignidad.

(El último tramo de subida, arriba las banderas de plegarias y oraciones que marcaban el paso de Renjo La)

Pronto el denotado esfuerzo empezó a traer agradables recompensas y el Everest empezó a asomarse por detrás de la primera hilera de montañas, más allá de Gokyo, del glaciar de Ngozumpa y tras el Arakam Tse, el Chotaltse, el Taboche y los dos Lobuches. Era un bonito consuelo que alegraba el ánimo mientras el sudor por el esfuerzo hacía acto de presencia.

(Vistacas desde Renjo La)

Había un tramo intermedio en la subida que podía estar cerca de la horizontalidad pero apenas fue un suspiro, una ilusión. Para cuando alcanzamos Renjo La, habíamos tenido que cruzar el último repecho, durísimo, y había acabado con toda reserva de energías. Habíamos tardado casi tres horas en salvar esos casi seiscientos metros de desnivel, pero desde allí, desde Renjo La, desde esa puerta de banderas de plegarias a 5360 metros de altura teníamos una de las vistas más gloriosas del trek. Y pensábamos disfrutarla.

(Panorámica completa de la vista desde Renjo La hacia el Valle de Gokyo. De nuevo, dentro de los circulitos pueden verse excursionistas)

(Detalle del Makalu. En primer plano a la derecha, el Arakam Tse)

Quizás ya nos habíamos encariñado con esas cumbres porque ya las reconocíamos y las habíamos hecho nuestras o quizás era simplemente que la vista era abrumadora, pero estábamos sobrecogidos. La perspectiva daba la importancia que se merecía al Everest y también se podía admirar mucho mejor el tamaño del Makalu. Fijándose un poco se podían ver algunos puntos por los que habíamos pasado, como el Chola Pass que descendía hasta Dragnag o la cima del Gokyo Ri.

(Detalle del Everest, el Nuptse y el Lhotse. Fijaos lo insignificante del West Shoulder que desde Kala Patthar parecía algo enorme)

Era sin duda, una bella recompensa y nos recreamos todo lo que quisimos. No volveríamos a estar tan altos en el trek. A partir de ese momento entrábamos en el valle de Thame, comenzábamos la bajada de vuelta a casa y los pasos que nos harían descender ya empezaban a saber a despedida. Pero nos quedaban un par de días de montaña y habría que aguantarse la nostalgia para más adelante, cuando el tiempo la pusiera en su lugar correspondiente. De momento solo tocaba disfrutar del nuevo valle, casi por completo para nosotros.

(La vista desde Renjo La hacia el otro lado, el valle de Thame)

(El Angole, también conocido como Tengi Ragi Tau, saliendo de entre las nubes)

Y es que si el valle de Chukung o el Gokyo ya reducían gran parte de los visitantes que si pasaban por el valle Central, el valle de Thame era el gran desconocido y eran muy pocos los que decidían gastar algunos de sus días por allí. Algo que, egoistamente, agradecíamos. Teníamos por deltante un terreno desolado, árido de suelos ocres y rocas negros sobre los que asomaban algunos picos helados que ya empezaban a cubrir las nubes. No pensábamos quejarnos, habíamos tenido tanta suerte con el tiempo a lo largo de esas semanas que si lo que os esperaba fueran solo nubes seguiríamos estando en deuda con los Himalayas.

(Atentos que de entre las nubes se puede ver el Kongde Ri, visible desde Namche Bazaar)

(El Valle de Thame, lástima que los picos estuvieran cubiertos de nubes) 

Bajar siempre trae alegrías, especialmente a las sufridas piernas, sobre todo si no hay que enfrentarse a una pedrera de rocas sueltas. Quedaban unos cuantos kilómetros por delante y nos iba a llevar otras casi tres horas descender hasta Lumde pero por primera vez en mucho tiempo caminábamos a ritmo alegre, sin sufrir demasiado, disfrutando de las vistas de un valle coronado por picos oscuros, agujas negras que le conferían a la atmósfera el sentir de que por fin habíamos llegado a Mordor.

(Lumde comienza a aparecer en la distancia)

(El diminuto, desolado y sin embargo encantador Lumde)

Llegamos a la pequeña Lumde, después de una última bajada que ya nos alejaba definitivamente de las alturas. Lumde era el lugar que más apartado del mundo por el que habíamos pasado. Unas pocas casas y muros para protegerse del viento. Pequeñas lineas de piedra que daban forma a un poblado encajado en un valle estrecho, tanto, que antes de las tres de la tarde ya estábamos de nuevo bajo la fría sombra de las montañas. La luz del sol se reflejaba en las alturas pero allí en ese lugar angosto ya solo quedaban la umbría y el pasar las horas al calor de la estufa.

(Un huequito en las nubes nos permitió ver el Nupla que nos acompañó en el recorrido incluso antes de llegar a Namche Bazaar)

(Las 3 de la tarde y ya en sombra. Nos esperaba una fría tarde en Lumde)

(El Kyajo Ri, encendido por la luz del atardecer)

(En la lejanía también se escapó del abrazo de las nubes unos instantes el Jobo Rinjang (6695 m.))

(Y una de las sorpresas de los huequitos de las nubes: el Thyangmoche)

Cerraron la tarde las nubes, claro. Las clásicas nubes que desdendían desde los picos, anegándolo todo de bruma y dejando tan solo resquicios de luz de vez en cuando por los que intuir el atardecer. Todo sabía a despedida, si. Lumde certificaba que estábamos en plena asimiliación del adiós.

Más info: Como organizar el trek al Campamento Base del Everest

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