Etapa 18: Subida al Gokyo Ri (5360 m.)

Distancia: 3,6 km
Tiempo estimado: 4 horas.
Desnivel Positivo: 564 m.
Desnivel Negativo: 564 m.

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(Perfil de la etapa)

23 de Octubre de 2020

El despertador volvía a sonar en mitad de la noche y yo me lanzaba a la más oscura de las intemperies. Eran las 3.50 de madrugada y el paisaje del valle de Gokyo se había reducido a una masa negra sin forma definida sobre la que brillaban millones de estrellas, la única compañía que podía encontrarme a esas horas. Con una mochila ligera donde llevaba la cámara, el trípode, un poco de comer y agua, comencé a caminar hacia la nada, hacia los dominios del gélido frío.

Estaba tan abrigado como podía, recubierto de capas en un afán de aguantar las horas que precedían a la salida del sol. Mallas, pantalón, camiseta térmica, camiseta, forro polar, plumas, cortavientos, gorro, doble braga, guantes y por delante una subida que solo existía en los pocos metros que iluminaba el frontal. Detrás de mi Gokyo y una noche incómoda en la que apenas había podido pegar ojo y donde la garganta había empezado a resquebrajarse, sucumbiendo al frío de la zona.

Porque alrededor de Gokyo las temperaturas se situaban unos cuantos grados por debajo del resto de las etapas. Quizás por el viento que descendía desde la frontera helada con Tíbet, a más de 7000 metros de altura, quizás por la proximidad manifiesta con el glaciar de Ngozumpa o quizás porque el cansancio acumulado de más de dos semanas de ruta estaba haciendo mella en mis fuerzas y provocando cortocircuitos en mi termostato regulador. Quizás. Pero no era momento de buscar excusas. Delante de mí tenía una subida inmisericorde, indolente y sin los remansos de terrenos llanos. Y en algún punto de esa masa oscura sobre la que caminaba sin ver el fin estaba mi objetivo del día: alcanzar la cima del Gokyo Ri.

(Vistas desde Gokyo Ri, momentos antes de amanecer. Abajo junto al lago se puede ver las casas y lodges que conforman Gokyo)

Gokyo Ri, o el pico de Gokyo, era una de las subidas más populares de quienes llegaban a la zona. No era una ruta especialmente larga y si se salvaba el desnivel de casi 600 metros en unas teóricas dos horas se llegaba a un mirador de vistas maravillosas. O eso esperaba. Porque mi intención era ver el amanecer desde la cima. Pero para eso tenía que aguantar el cansancio, el frío y una pendiente tallada en infinitos zigzags superpuestos que revelaban como cada cual subía como y por donde podía.

(Las vistas desde Gokyo Ri, en una mañana despejada como esta son tremendamente abrumadoras)

Contaba con que el esfuerzo en la subida me mantendría en calor pero aún así tuve que detenerme ante la insistencia del frío para añadir un calcetín más a cada pie. Mantuve, a pesar de todo, un ritmo bastante digno y a diferencia de la subida nocturna al Chukung Ri, parecía que esta vez si iba a conseguir alcanzar la cima antes de que amaneciera. Esto traería una serie de problemas asociados pues si llegar tarde me habría hecho perder el momento, llegar pronto me iba a obligar a soportar la gélida intemperie, parado, resguardado junto a una roca en los momentos más fríos del día, esperando la llegada de los rayos del sol.

Al menos mientras me congelaba en la cumbre sabía que las vistas no se me iban a negar. No había ni un atisbo de nubes y el cielo vacío ya de estrellas se mostraba inmaculado. Los picos empezaban a reconocerse y solo quedaba prepara la cámara y frotarse fuertemente las manos para evitar el dolor de las bajas temperaturas.

(Rayitos de sol, ¡al fin! ¡A mí! – El sol saliendo junto al Makalu)

El trofeo de la cumbre estaba en poder volver a ver al Everest con la corrección de perspectiva que daba la distancia y donde se apreciaban las dimensiones mejor que en Kala Patthar. Ahora el Nuptse, que en aquel mirador parecía un coloso se camuflaba medio desapercibido ante el Everest y el Lhotse. Pero el Everest no era la única recompensa.

(Pedazo de vistas del Everest, el Lhotse y el Nuptse desde Gokyo Ri)

Desde la cumbre de Gokyo Ri también se podían ver las impresionantes dimensiones del valle de Gokyo y con un poco de atención se podía identificar al otro lado del Glaciar de Ngozumpa, el pueblo de Dragnag, el punto de inicio para cruzarlo. Se podían reconocer también los dos Lobuchés y por consiguiente se podía deducir por donde quedaría el Chola Pass que habíamos cruzado un par de días antes mientras bordeamos el Taboché, el Cholatse y el Arakam Tse. Al fondo del valle se encontraban el grupo del Kantega, el Kyashar, el Thamserku y Kusum Kanguru indicando la zona por donde se asentaba Namche Bazaar. Al fondo, más allá del Everest asomaba el Makalu y podían verse el Changtse y la la coronilla del Pumo Ri que tan buenas estampas nos habían regalado con anterioridad.

(Detalle del Machermo Peak)

Hacia el Norte estaban los impresionantes Cho Oyu y sus amigos, los Ngozumpa Kang (I y II) y ese pico meseta que respondía al nombre de Gyanchung Kang. Enfrente, casi literalmente bajo mis pies estaba Gokyo, insignificante, junto al lago homónimo. Detrás asomaba el Taujung Tsho, el lago que nos faltó por ver en la ruta del día anterior hacia el campamento base del Cho Oyu. Sobre ambos se alzaba, en una dimensión mucho menor, el Machermo Peak y se podía intuir por donde quedaría el paso de Renjo La que tendríamos que hacer al día siguiente.

Efectivamente. La vista era maravillosa.

(Panorámica del Valle de Gokyo. Ojo, que se pueden ver 4 de los 14 ochomiles del mundo en esta foto. Cuatro de los seis picos más altos del mundo juntos. ¡¡Impresionante!!)

Y cuando los primeros rayos de sol aparecieron por detrás del Makalu y empezaron a calentar el bloque de hielo en que me había convertido, lo empecé a apreciar todo mucho más. Con la llegada de la mañana, en la lejanía, entre las casas que conformaban Gokyo comenzaba el desfile de hormiguitas de colores, que cargadas de pequeñas mochilas ya iban ascendiendo por la ladera de la montaña. Me quedaba un buen rato para seguir disfrutando de la cima yo solito.

(«¡Tengo un trípode y no dudaré en usarlo para hacerme fotos!»)

La mayoría de los visitantes de Gokyo aprovechan la primera hora de la mañana para coronar el pico y después usan el resto de la jornada para comenzar el retorno a casa por el valle. Nosotros teníamos otros planes, ya que aún nos quedaba atravesar el tercer paso, el de Renjo La, para alcanzar el último valle del parque nacional, el valle de Thame. Entrar en este valle iniciaría el descenso y serían nuestros primeros pasos hacia el fin de la ruta.

Dado que los días que tocaba hacer un paso eran bastantes duros y había que salir a primera hora de la mañana nos resultaba una barbaridad plantearnos el paso tras la ascensión al Gokyo. Mi único plan para la jornada se limitaba a estar allí en la cumbre el tiempo que quisiera antes de bajar de nuevo a Gokyo y tomarme el resto del día de relax. Podía recrearme en las vistas hasta cansarme.

(Aquí Gokyo, ¡da vértigo verlo!)

Me mantuve más de dos horas en la cima de Gokyo Ri antes de comenzar a descender. El haber subido en mitad de la noche, en mi reducido diámetro de realidad delimitado por la luz del frontal, hacía que no hubiera sido completamente consciente de lo que había hecho y al encontrarme con una bajada trepidante y más larga de lo que imaginaba no podía dejar de pensar si realmente, todo eso lo había subido yo. Bajaba a buen ritmo, cruzándome con la hilera de quienes se iban enfrentando a la cuesta, entre ellos mis queridos compañeros de ruta a los que la idea de caminar en el frío de la noche, por algún motivo, no les había seducido tanto como a mi.

(Por si algún loco quería meterse en la aguas heladas y glaciares de los lagos de Gokyo, abandonad toda esperanza. Son sagrados.)

Una vez abajo solo quedaba relajarse, disfrutar del día, del lago, del paisaje y sorprendentemente de la enorme variedad de tartas y dulces de que dispone Gokyo. Fue una sorpresa, supongo que una evolución de las demandas de la gran afluencia de turismo de la zona. Sucumbí, ansioso por salirme del clásico menú de arroz, pasta y verduras y me sentí tremendamente sofisticado al tomarme un café de verdad con un donut de chocolate mientras esperaba a que el resto del equipo descendiera. ¡Ah! Los pequeños placeres culpables.

(Gokyo life. Y José disfrutándola)

Las nubes llegaron poco antes de mediodía, cubriendo únicamente las cumbres para desespero de quienes se habían retrasado en salir. Yo lo miraba desde la distancia, refugiado tras los cristales del lodge y parapetado en las páginas de un libro a sabiendas de que había cumplido y que tenía el privilegio del resto de horas del día para mi descanso. Las malas noticias vinieron por la tarde.

(Hola nubes)

Matti llevaba unos cuantos días sintiéndose mal, con un constipado que no terminaba de abandonarle y la subida a Gokyo había terminado por certificarle que estaba muy cerca del límite. Prefería empezar a bajar ya por el valle de Gokyo y obviar el último paso. La comprensión de la situación no evitaba la pena. El grupo se iba desmontando y terminaría de hacerlo en las próximas jornadas. Nos veríamos de nuevo en Namche Bazaar, Lukla o Katmandú.

(La subida a Renjo La para el día siguiente. A la derecha, Gokyo Ri ya tomado por las nubes) 

Era cierto que los días iban pasando factura y a mi me esperaba una segunda noche de garganta inflamada y poco dormir, pero estábamos cerca de conseguirlo. Tocaba guardar todas las fuerzas que tuviéramos para el último asalto, el paso del día siguiente: Renjo La nos esperaba.

Más info: Como organizar el trek al Campamento Base del Everest

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