(Descarga el mapa a más resolución)

Refugio de Vega de Ario – Refugio Jou de los Cabrones.

Distancia: 18,2 km.
Desnivel Positivo: 1.673 m.
Desnivel Negativo: 1240 m.
Duración: Teórica – 9 horas | Real – 14 horas. (Mi recomendación personal es no hacer esta etapa tal y como yo la hice. Sino dividirla en dos desviándose hasta Puente Poncebos).

Descargar Ruta GPX (Wikiloc).

(Perfil de la Etapa)

11 de Julio de 2019

Por segundo mañana consecutiva el día amaneció ajeno a las nubes. Había vuelto a escabullirme del refugio como un ninja, intentado hacer el menor ruido posible con la cámara y el trípode para subir de nuevo a Cabeza Julagua a ver salir el sol sobre el Macizo Central. Era una vista tan magnífica que costaba despedirse de ella así que aguanté hasta que me sacié completamente y la luz perdió su fuerza anaranjada para descender de nuevo al refugio, desayunar y ponerme en marcha.

(Peña Santa, bien bonita desde este ángulo)

Sentía un poco de miedo ante la etapa que tenía frente a mí. Era sin lugar a dudas la etapa reina del recorrido y temía no estar preparado para completarla. Era una etapa muy sencilla de resumir: tenía bajar un desfiladero de 1240 metros y tenía que subir otro de 1673 m. Es decir caída y subidas verticales. La mejor manera de imaginarnos la etapa sería la siguiente: supongamos que el macizo del Cornión (donde estaba) y el Macizo Central (a cuyas alturas tenía que llegar) estuvieran unidos. Cogeríamos entonces un gigantesco cuchillo y meteríamos un tajo entre ambos. Este cuchillo era el Río Cares. Tenía por tanto, delante de mí y un poco más arriba mi destino final pero tenía que bajar al fondo de la garganta para volver a subir.

(El refugio de Vega de Ario)

(El Macizo central o de los Urrieles al amanecer)

El tiempo estimado era de 9 horas según mi guía pero no temía tanto el tiempo como que me aguantaran las rodillas, los pies y las fuerzas en general. Me había reforzado los talones y meñiques (mis puntos débiles de los pies) con compeed y falto de excusas para retrasar la salida me puse en marcha. A pesar de lo que tenía por delante, caminar con las vistas del Macizo Central animaba a cualquiera.


(Buenos días desde el refugio de Vega de Ario)

(Atravesando el Collado de las Cruces) 

Dejé el Refugio de Vega de Ario detrás y atravesé el Collado de las Cruces para enfrentarme a la gran bajada de la Canal de Trea. Un descenso vertiginoso al que completar me llevó unas tres horas y una ingente cantidad de sudor. Aquí me encontré con unos cuantos problemas, obviando el ya mencionado desnivel que me hizo tener que atravesar algunos puntos con el culo en el suelo en más de una ocasión. El principal, que no había tenido en cuenta y que habría de acompañarme en el resto de la jornada, era un calor infernal incluso a esas horas de la mañana.

El segundo es que pude comprobar como el GPS se volvía loco y perdía la señal continuamente, atrapado entre enormes paredes verticales que impedía a señal alguna el poder atravesarlas. No es que hubiera una gran pérdida, al fin y al cabo era una desfiladero que bajaba y bajaba y bajaba, pero la maleza era grande y era complicado encontrar el camino pisado en muchas ocasiones.

(La bajada vertiginosa de la Canal de Trea)

Me crucé con apenas media docena de valientes que lo subían. Llevaba ya un buen rato caminando, no se veía final alguno y en ese pequeño tramo donde estaba los excusionistas que ascendían, apenas se les veía como diminutas hormigas. Tales eran las dimensiones locas de la bajada.

(Prueba de agudeza visual… os animo a que encontréis al excursionista. Así tendréis un mejor percepción de las dimensiones)

Algún que otro culetazo también me llevé, no os lo voy a negar pero para cuando conseguí llegar abajo, tres horas después y me encontraba con la ruta del Cares la rodilla izquierda empezaba a quejarse. Una bajada semejante acaban siendo demasiados pasos de gran impacto y mi cuerpo salchichero es el que es, para que negarlo, pero ya estaba abajo. La primera parte de la etapa estaba completada.

(Al fin se descubre al fondo, el sendero de la Ruta del Cares)

Según bajaba de la Canal había un puente, Puente Bolín, que no había que cruzar para seguir la ruta pero donde se encontraba una fuente que servía para recargar cantimplora y ánimo. También para disfrutar de una buena vista de lo que es la Ruta del Cares, ese desfiladero que discurre entre paredes verticales.


(Vistas de la Ruta del Cares justo antes de llegar a Puente Bolín) 

La ruta del Cares es una de las rutas más populares de Picos de Europa. Una ruta que une Posada de Valdeón y Caín, en León, con Puente Poncebos, en Asturias y que durante mucho tiempo fue la única ruta de comunicación entre ambas zonas cuando las nevadas caían bien fuertes. Son 22 kilómetros de ida y vuelta entre Posada de Valdeón y Puente Poncebos, pero no revisten una enorme dificultad porque la ruta entre ellos es bastante llana.

(La ruta del Cares desde Puente Bolín)

Pero eso no le quita imponencia. Es una ruta que empequeñece a quien la hace. Es inevitable. Casi 2 kilómetros de paredes verticales abruman al camino, un pequeño sendero entre grutas y puentes horadados en la roca. Es esa, la majestuosidad del entorno lo que atrae a gran cantidad de turistas a conocerlo.

Sin embargo yo solo iba a realizar un tramo, primero porque la Canal de la Trea me dejaba más al Norte de Caín y segundo porque debía abandonar el camino pasando la caseta de Culiembro desviándose para bajar hasta el lecho del río Cares, cruzar el Puente de Viella y comenzar la tremebunda y pindia subida hasta el refugio de Jou de los Cabrones.

(El Río Cares desde Puente Viella)

Quizás, y creo que no insisto lo suficiente en este punto, para los que no tenemos el físico de montañero habitual habría sido mejor completar el resto de la ruta del Cares y terminar la etapa en Puente Poncebos y enfrentarme a la subida al día siguiente. Pero yo este consejo reiterado no lo conocía todavía. Crucé el río y comencé la subida que me había de llevar a la Canal de Piedra Bellida. Era mediodía y el calor golpeaba con toda su fuerza. Todo apuntaba a que las cosas se iban a complicar.

El primer problema vino por la imposibilidad de encontrar el camino entre la maleza. Aparecía, desaparecía entre hierbas altas, ortigas y rocas. Debía por tanto fiarme de la ruta que me marcara el GPS e intentar encontrar las sendas en los momentos que esta desaparecía. Si, es cierto que en la Canal solo se podía ir hacia arriba, pero eso que podía ser tan evidente no era tan sencillo de traducir en la práctica. No es lo mismo desviarte por una roca que por otra, es la diferencia entre encontrar una senda caminable o encontrate saltando piedras y escalando como si fueras un cabra.

El segundo problema lo habréis adivinado. Las paredes verticales volvían a bloquear la señal de GPS y este se volvió loco de nuevo. Era imposible saber mi posición exacta, pues saltaba de un lado a otro, era imposible saber por tanto hacia donde tenía que seguir. Solo el intentar cruzar hasta La Quintana y llegar a la Horcada Turonero se estaba convirtiendo en tarea ardua y fatigosa. No sabía muy bien por donde iba, estaba claro que no era el camino pero entre salto y salto de roca y de cabra esperaba encontrármelo después de algun peñasco. Aún no había siquiera encontrado el comienzo de la Canal de Piedra Bellida y ya estaba desgastado. El calor era tremendo.

(Detalles del track original, volviéndose loco al intentar conseguir señal. Tranquilos que el que compartido, en caso de que lo queráis usar, está retocado por el camino correspondiente) 

La sudada también. Consciente del problema que podría suponer de cara al agua que llevaba y que había recargado en Puente Bolín, tenía que racionar muy mucho cuando y como la bebía. Cuando conseguí encontrar el inicio de la Canal ya estaba golpeado por el calor y delante de mí se veía una intimidadora subida. De roca suelta para más complicación.

El problema de la roca suelta es que dificulta mucho la subida. Los pies resbalan y cada dos pasos se convierten en tres o cuatro. El calor en mitad de ese collado ajeno al aire y al viento me asfixiaba. Cada paso era un sacar fuerzas que no tenía. Un pasito. Otro más. Otro más. La subida deber acabar en ese giro. Venga, aguanta.

(Ya subiendo por la Canal de Piedra Bellida, al fondo y abajo, Horcada Turonero)

Pero la subida no acababa en ese giro, ni en el siguiente, ni en el siguiente. Me veía obligado a hacer paradas incapaz de soportar nada de peso ni de mover las piernas. Los talones me ardían. Bebía poquitos sorbos de un agua que se había convertido en un caldo caliente. Realmente no podía más. Y aún no había completado la subida hasta el Collado Cerreu. Me encontraba ante un dilema de difícil solución. Llevaba 5 hora de subida (deberían haber sido unas tres) y apenas me quedaba agua. Bajar implicaba mínimo cuatro horas de caminata por el lado por donde había subido y otras al menos cinco si conseguía completar la subida hasta el collado y bajar a Bulnes por el otro lado. Podía pedir ayuda, pero allí en mitad de la subida no tenía cobertura alguna.

(La infinta subida por la Canal de Piedra Bellida)

Apenas podía caminar. Deshidratado como estaba pero incapaz de avisar a nadie terminé la subida como buenamente pude con la esperanza de encontrar cobertura. La canal de Piedra Bellida me había constado 6 horas, rozaduras por todas partes y un agotamiento extremo. Mi plan ya pasaba o por abandonar todo el equipo e intentar llegar al refugio de Jou de los Cabrones o directamente intentar pasar la noche donde pudiera. Esta segunda opción, abandonarme a la intemperie es lo que me pedía el cuerpo pero seguiría teniendo el mismo problema: La falta de agua.

Inesperada y afortunadamente obtuve algo de cobertura cuando alcancé el Collado Cerreu. Intenté llamar al refugio de Jou de los Cabrones, en primera instancia y sin éxito. La cobertura de los refugios también es compleja y reducida y muchas veces depende de satélites. Después lo intenté con la central de la Reserva de Refugios. Lo conseguí.

Mi mensaje era tan sencillo como desesperado: Estoy en este punto. Al inicio de Collado Cerreu. No tengo agua. No sé muy bien que hacer.

(Alcanzando Collado Cerreu)

Al otro lado del teléfono confirmaron mi posición en el mapa y me dieron las instrucciones que me habrían de salvar. Al final del collado, antes de comenzar la subida hacia el Refugio de Jou de los Cabrones debería ver unas cabañas de pastores. Las veía. Esas cabañas se encontraban en el cruce con la Canal de Amuesa que subía desde Bulnes. Asentí. Justo al inicio del camino que venía desde Bulnes, donde acababa la canal debía buscar en el suelo una tapa metálica. Si la encontraba y la levantaba, allí dentro habría agua potable.

Caminé hacia las cabañas, di un par de vueltas pero encontré el agua. Me sentí salvado. Pocas veces había estado en una situación como esta de tan difícil solución. Habría podido caminar hasta la extenuación intentando llegar al refugio. Pienso mucho en que habría hecho si no hubiera tenido cobertura. A día de hoy sigo sin saberlo, porque se reacciona con lo que se tiene en ese momento y con lo que da el ingenio.

(Bulnes en la lejanía, al final de la Canal de Amuesa, justo desde donde estaba «la fuente») 

Eran ya las 19.00 de la tarde. Debería haber llegado a Jou de los Cabrones hacía una hora y aún me quedaba por delante otras tres de subida. Pero tenía agua. Aún así, los músculos estaban reventados y la deshidratación no iba a desaparecer tan fácilmente, aunque hubiera bebido más de un litro de golpe. Tenía agua para intentar alcanzar el refugio, agua que también me había refrescado el ánimo. Caminaría despacio, tenía que seguir.

(La última parte de la jornada, comienzo a subir hacia el refugio de Jou de los Cabrones por la Cuesta’l Trave)

A partir de este momento la subida no fue tan dramática. Estaba literalmente agotado, pero sabía que con agua en mi poder me había ganado un comodín. La subida mantenía la pendiente pero ahora tenía varias cosas a mi favor. Por un lado no era de roca suelta, por otro lado caminaba agradeciendo la refrescante sombra de la montaña. Al menos durante un rato. El sol se ponía y yo seguía atravesando peñascos, bordeando los Cuetos del Trave.

(Aunque esta foto esta tomada el día anterior desde Cabeza Julagua, vale para ilustrar la ultima parte del recorrido de la jornada de hoy. El canal de Piedra Bellida llega hasta mucho más abajo, pero se pueden identificar el resto de puntos de la subida y aproximadamente por donde debería estar el Refugio de Jou de los Cabrones)

Era un área complicada de atravesar, caótica, pero a estas horas a mi ya me daba todo igual. Ni sentía, ni padecía mas allá de un cansancio extremo. Tenía que ayudarme de las manos en algunos pasos, en otros había hasta cuerdas a las que agarrarse para subir algunos tramos de la roca. Llegó la noche.

(Bordeando los Cuetos del Trave, mientras el sol ilumina con los últimos rayos del sol Los Albos)

Caminaba ya con la luz del frontal cuando atravesé el último collado que daba acceso a Jou de los Cabrones. A lo lejos se oyeron los últimos segundos del generador de electricidad antes de apagarse. Minutos más tarde entraba por la puerta. Agotado. Eran las once de la noche. Habían sido 14 horas y no tenía ni fuerza para pensar en como lo había conseguido. En el refugio me dieron agua y bebidas, pero ya hacia tiempo que se había cerrado la cocina. No me importaba. Ni hambre tenía. Solo quería arrastrarme a la cama y dormir como pudiera.

(Dos momentos de antes de que se me hiciera de noche definitivamente en mitad de la ruta. El primero las últimas luces del atardecer. Atentos al fondo, parece niebla, pero no. Es el mar Cantábrico. Si os fijas podéis ver a dos barcos en la parte de la derecha…)

(El segundo es el momento que me hubiera gustado vivir en vivo y que apenas pude pillar algo desde la distancia. El Pico de los cabrones y las Agujas de los Cabrones al atardecer. Nótese el camino por la derecha de la montaña. Aún quedaba bastante para llegar al Refugio). 

Me quité la ropa como buenamente pude: tobillos destrozados con los compeed derretidos, deshechos, apenas podía doblar la rodilla izquierda, me dolían todos los músculos de las piernas y las ingles habían dejado paso hacía tiempo a las rozaduras para convertirse en puras costras. No podía pensar en las consecuencias todavía. De eso me preocuparía al día siguiente. La montaña me había ensañado muchas lecciones valiosas ese día, entre ellas a no subestimar el calor.

Ahora a pesar de los dolores, ampollas, costras, cortes y rozaduras me sentía al fin a salvo.

Y solo quería descansar.

Más info: Consejos para organizar el trek del Anillo Integral de Picos de Europa | Refugio Vega de Ario | Refugio Jou de los Cabrones